El cine de terror indie sigue pujante. En los últimos años hemos tenido varias muestras de este cine de género que busca no solo la comercialidad, sino también hacer buen cine (lamentablemente, en los últimos tiempos son términos generalmente antitéticos). Recuérdense títulos como Babadook, It follows, Eliminado, La bruja o No respires, entre otros filmes desasosegantes, hechos con pocos medios pero mucha imaginación.
Déjame salir es de esa misma estirpe, un producto de modesto presupuesto que, sin embargo, ha tenido una notable repercusión en taquilla y, lo que es más importante, ha sido saludado como una bocanada de aire fresco en el género. La mezcla de elementos tales como el racismo, el supremacismo blanco (aquí dándole una vuelta de tuerca de lo más peculiar, que no se puede citar so pena de incurrir en “spoiler”: si levantara la cabeza George Wallace, aquel segregacionista cabrón –perdón por el pleonasmo…--, se volvía a morir), la hipnosis, el sexo interracial, entre otras cuestiones, da lugar a una película muy curiosa, que mantiene permanentemente la sensación de intriga e inquietud, lo que, obviamente, es todo un elogio para un filme de terror. Es cierto que el guion tiene bastantes flecos sueltos, e incluye elementos expresamente colocados, sin mucho sentido, por el guionista y director para que el protagonista (y de paso el público) se entere del fregado en el que se está metiendo, pero lo cierto es que el conjunto funciona, y la sensación de desasosiego se percibe nítidamente de forma ininterrumpida, algo a lo que contribuye poderosamente la partitura de Michael Abels, en su primer trabajo para el cine, que hace esperar nuevas incursiones al menos tan buenas como esta.
El director, el afroamericano Jordan Peele, es fundamentalmente actor, no especialmente exquisito, pero también tiene ya una carrera como guionista, aunque como director este es su debut: quién lo diría… Planifica con soltura, imprime buen ritmo narrativo, encuadra con criterio… habrá que convenir en que tiene madera de cineasta. Tiene la película un tono entre realista y onírico (esas sesiones de hipnosis, un auténtico hallazgo…), con irisaciones cómicas a través del amigo del protagonista, miembro de la TSA (Transportation Security Administration, la Policía USA dedicada a la seguridad en el transporte de viajeros) y algunos trucos de guion que con cierta frecuencia se la dan al espectador con queso; lo emboscan, es cierto, pero son celadas agradables por su astucia.
El conjunto es irregular pero afortunado, cine de terror con sus deficiencias de guion pero que funciona impecablemente, y que anuncia el nacimiento de un nuevo valor del género. Entre los intérpretes destaca el protagonista, Daniel Kaluuya, un joven desarbolado por la familia de la novia a la que ambos visitan durante un fin de semana para las correspondientes presentaciones, y al que pronto aquel clan de blanquitos cuasi idílicamente antirracistas empieza a mosquearle… Habrá que citar también a Allison Williams, presencia que puede dar mucho juego en el futuro (la cámara la quiere, evidentemente), y desde luego a la veterana Catherine Keener, que, como siempre, lo hace todo bien; aquí da miedo, que es de lo que se trata…
Al comienzo del filme, en la intimidad de la pareja protagonista, cuando están preparando el viaje, él le pregunta a ella: “¿Tus padres saben que soy negro?”. Ella, sorprendida, le contesta: “¿Deberían?". El desarrollo de la trama contestará a esa pregunta de la forma más inesperada…
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