Los veneros que confluyen en el cine siguen siendo innúmeros: el último, al menos en cuanto a influencia en el tiempo, es el del mundo de los videojuegos, que ha aparecido ya en versiones para pantalla grande en títulos como Final Fantasy, Lara Croft y Resident Evil, entre otros. Ahora le toca el turno a Doom, que puede arrogarse un galón (que no sé si es tal, realmente...), el hecho de haber sido el primer videojuego que, allá en los primeros años noventa, inventó el concepto de tirador en primera persona o tirador subjetivo, que hoy utilizan todos los juegos de acción, pero que entonces no se conocía. Así que Doom puede pavonearse de ser un pionero en su género, aunque su versión cinematográfica, me temo, no llegará a ser nada en la Historia del Cine. Los motivos son muchos: el polaco Andrzej Bartkowiak, tan exquisito director de fotografía como mediocre director (generalmente al servicio de estrellitas del cine de acción, como Steven Seagal o Jet Li), carece del pulso narrativo suficiente y de la potencia necesaria para montar un buen filme de acción, y aquí se pierde en una planificación deficiente que desorienta al espectador; o a lo mejor está buscando desorientarlo porque no sabe contar la historia de otra forma... El guión tiene cabos sueltos por todos lados, la línea argumental es floja con ganas, el planteamiento es confuso y su resolución obtusa... En fin, hay muchas razones de peso para considerar este pase del videojuego al cine como un fiasco. Los actores tampoco ayudan mucho: sólo descuella Karl Urban, un tipo de rostro enigmático y con capacidad para transmitir emociones sólo con la mirada; pero el resto va de esfinge por la vida, desde el pétreo Dwayne Johnson (aquí aún firmando con su heterónimo del "catch", The Rock), que parece estar todavía haciendo El rey Escorpión, hasta la aristocrática Rosamund Pike, que parece decir constantemente con su rostro pasmado: "¡qué hago yo aquí...!".
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