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La película Downton Abbey (2019), que fuera una especie de broche de oro a la serie televisiva homónima (2010-2015), consiguió una recaudación en todo el mundo cercana a los 200 millones de dólares, cuando había costado solo 20... Con esas cifras, estaba cantado que Carnival, productora propietaria de los derechos, no iba a dejar pasar la oportunidad de ordeñar un poco más la ubre de la vaca, uy, perdón, de prolongar el placer de ver a nuestra familia rica favorita (ejem...) y a nuestros criados más peculiares...
Pero la búsqueda a todo trance de una rentabilidad que se intuye asegurada no suele ser buena gasolina para la creatividad, y aquí Julian Fellowes, el creador de la serie, escritor y guionista que saltó a la fama con la mentada serie televisiva, parece que ha ido con el piloto automático, como intentaremos demostrar.
La serie se ambienta hacia 1928, y la fecha no es baladí... Lady Violet, la vieja matriarca de los Crawley, señores de Downton Abbey, anuncia a sus parientes que ha heredado una villa en el sur de Francia, legada por un marqués al que conoció casi sesenta años atrás, y con el que pasó unos días en aquella zona. El hijo del testador los invita a la mansión, tanto a lord Crawley, el hijo de lady Violet, como a una nutrida representación de la familia, que viaja hasta allí con la incertidumbre de lo extraño de la herencia recibida por la matriarca de la familia. Al mismo tiempo se recibe en Downton la propuesta de una productora de cine para rodar en el casoplón una película; aunque en principio se rechaza la idea, la abultada cifra a cobrar por ello, que permitiría arreglar desperfectos de la mansión, les hace ser más receptivos...
La nueva entrega del serial, ahora en formato cinematográfico, da la impresión de ser, como decíamos, sobre todo una operación comercial. Los dos temas principales, el idilio de la condesa cuando era joven con un marqués francés y lo que ello pudiera suponer en cuanto a legitimidades de alguno de sus vástagos (esto de no hacer “spoilers” a veces es muy cansado de tanto hacer circunloquios...), y el rodaje de una película en el suntuoso Downton, con las previsibles chispas entre los altivos nobles (y algunos de sus no menos estirados criados...) y la populachera gente que se supone son los del cine, son dos elementos más bien manidos, el primero dentro de la veta del melodrama con bastardo (o no, como dirían los gallegos...), y el segundo jugando la carta de la comedia de opuestos, que quizá no sean tan opuestos.
El guion parece hecho por Fellowes con retales, y desde luego no en su mejor momento de inspiración, quizá cansado ya de los personajes de la serie y sus secuelas cinematográficas. De hecho, una de las señas de identidad de la saga, los rifirrafes generalmente corteses entre algunos de los miembros de la familia aristócrata, y también entre la servidumbre, aquí quedan prácticamente laminados en favor de unos personajes que son todos más buenos que el pan, y donde todo encajará para que, como en los cuentos, sean felices y coman perdices, en lo que parece la despedida definitiva de la saga. Sí es cierto que tiene algunos apuntes interesantes, que además son genuinamente históricos, como la caída en picado de las producciones cinematográficas mudas, acontecida a partir de 1928 tras el éxito de El cantor de jazz y otras producciones sonoras, lo que provocó que muchas de las estrellas del cine silente, al tener que hablar con sus horribles vocecitas, fueran pronto olvidadas y sustituidas por otras con buenas voces, además de buenas “perchas”.
De todas formas, el conjunto es agradable, es como reencontrarse con un amigo después de algún tiempo, un amigo del que lo conoces todo y que, ciertamente, no te sorprende con nada. El film se deja ver amablemente, cae simpático aunque sea, evidentemente, muy inferior tanto a la brillante serie televisiva como al vigoroso esqueje cinematográfico que nos fue dado ver hace unos años.
Los intérpretes se conocen sus personajes a la perfección y en general están correctos, sin alharacas. Como siempre, nos quedamos con la maestría inigualable de una Maggie Smith que es ella sola media película, a pesar de que aquí, por obvias razones de edad, su participación no haya sido muy prolongada, aunque sí muy intensa (y hasta aquí puedo leer...).
Simon Curtis, el director, no ha grabado ningún episodio de la serie, y eso quizá también influya negativamente: no se le ve suelto, no parece, como sí ocurría con su antecesor, Michael Engler, que domine la historia, y aunque no es mal profesional ni mucho menos (entre sus créditos están títulos de interés como Mi semana con Marilyn), lo cierto es que entendemos que se le ha escapado la pieza, por usar el conocido símil cinegético.
(01-05-2022)
125'