No es la primera vez que se hace una película sobre un rodaje y en este caso se eligió el de El príncipe y la corista (1957). El guion se basa en el diario escrito por Colin Clark, un licenciado en Oxford que quería ser director de cine, a lo que se oponían sus adinerados progenitores. A pesar de ello logró entrar como tercer ayudante en la filmación del citado film, en el verano de 1956, y tras tomar algunas notas publicó un diario, años más tarde, con el título de El príncipe, la corista y yo. En el año 2000 lo volvió a corregir y a editar, esta vez con el título de Mi semana con Marilyn, muriendo dos años después.
Según su hermano Alan tenía más de invención que de verdad al ser él mismo el protagonista. Colin Clark terminó haciendo cine siendo un notable director de documentales de arte.
Es sabido que los rodajes de las cintas de Marilyn Monroe eran un infierno y éste no lo fue menos, pero Laurence Olivier no la hubiera hecho si no hubiera contado con ella, aunque maldijo el momento en que se le ocurrió. Marilyn era una estrella que quería convertirse en actriz y Olivier era un grandísimo actor que deseaba ser una estrella a su lado. Ella había estudiado el método, de hecho acudió al rodaje en compañía de su profesora Paula Strasberg, esposa de Lee Strasberg, y él, en cambio, odiaba ese sistema interpretativo.
Lo que nos cuenta la película es la anécdota sentimental de la relación que se produjo entre Colin y Marilyn cuando su marido, Arthur Miller, volvió a Estados Unidos y ella se sentía sola, a pesar de toda la gente que le rodeaba, siempre buscando cariño y embarazada, algo que ocultó hasta que abortó, una vez más.
Lo tenía todo pero no era feliz, debido a su debilidad emocional, su profunda tristeza, su horroroso pasado, abandonada por sus padres, siempre necesitada de amor, lo que la sumergió en una incurable soledad y la convirtió en un ídolo frágil, en un mito vulnerable, y así halló compañía en el joven ayudante de dirección. Era una mujer con una cándida inocencia, inestable, incapaz de luchar contra la fama, que la había endiosado y convertido en el mayor mito erótico del cine de su tiempo.
El guion de Adrian Hodges cuenta esta historia con elegancia, describiendo bien a los personajes desde el inicio y captando la esencia de Marilyn Monroe, una mujer deslumbrante, insegura, que caminaba hacia su autodestrucción, falleciendo cinco años después de esta filmación. Además de la anécdota hay un entretenido y encantador film acerca del primer amor.
La cinta es un vehículo de lucimiento para Michelle Williams, que despliega todo su encanto para captar la esencia de la Monroe, a la que estudió a través de sus películas, ya que era difícil de imitar, porque era única y con un talento natural irrepetible, algo que logra a ratos. Kenneth Branagh está perfecto encarnando a Laurence Olivier, bien seguido por un notable reparto de secundarios.
Simon Curtis, que procede de la televisión, en donde trabajó veinte años, hace con éste su primer largometraje para el cine, con una dirección clásica, en la línea de lo que suele ser la calidad del cine británico, manteniendo bien el ritmo, aunque a veces le falta alma en algunas escenas.
Michael Williams, que ganó el Globo de Oro por este papel, fue nominada al Oscar al igual que Kenneth Branagh, pero no sonó la flauta esta vez.
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