Elena López Riera (Orihuela, Alicante, 1982) es una doctora en Comunicación Audiovisual afincada desde hace años en Suiza, donde imparte clases de su especialidad en la Universidad de Ginebra. También participa en proyectos colectivos artísticos de vídeocreación. Como guionista y directora tiene una todavía menguada carrera, formada fundamentalmente por tres cortos, de carácter eminentemente documental, muy apegados a su tierra natal, en la Comunidad Valenciana.
La historia que se nos cuenta en esta El agua se inicia con un grupo de chicos y chicas, adolescentes ya próximos a la mayoría de edad, en un pueblecito cercano a la populosa Orihuela. En la zona, azotada periódicamente por crecidas del río con importantes riadas, hay la creencia de que el agua del río puede “entrar” en mujeres jóvenes y hacerlas perder la cabeza, como si el río deseara a esas mujeres y fuera capaz de atraerlas sin remedio... La protagonista, Ana, es una chica de diecisiete años, cuyas madre y abuela tienen fama en el pueblo de ser medio brujas, por lo que la creencia popular le atribuye mal fario a la chica. Cuando Jose, hijo de uno de los pequeños propietarios del pueblo, se enamora de Ana, su entorno no lo verá con buenos ojos...
Lo cierto es que teníamos las mejores expectativas respecto a esta El agua, con muy buenas críticas, en general; sin embargo, vista la película, debemos decir que nos ha defraudado. Formalmente la película carece de tensión narrativa, es una sucesión de escenas en las que se supone que se nos cuenta la historia de Ana y Jose, unos a modo de Capuleto y Montesco de nuestro tiempo, enclavados en la huerta alicantina, pero esa historia, desaliñada y sin fuerza alguna, la verdad es que se nos da una higa. Hay una intención de llegar al espectador con una especie de telurismo, de leyendas populares, como esa del agua que “entra” en las mujeres, repetida “ad nauseam”, como si el cuerpo humano no estuviera compuesto ya en un 60% de agua, con lo que lo de “entrar” resulta más bien ridículo. Porque no estamos ante un film de corte fantástico, ni siquiera mágico, que podría justificar esa especie de metáfora acientífica, sino ante una película de nítido corte realista, a ratos incluso costumbrista, contándonos con pelos y señales algunos de los usos y costumbres del pueblo.
En un tiempo en el que parece que el ser humano se empeña en desandar el camino que nos hizo no solo bajar de los árboles sino salir de las cavernas donde pintábamos bisontes y ciervos, hasta llegar a una época, la nuestra, aparentemente presidida por el rigor de la ciencia, que se dé pábulo (incluyendo incluso a mujerucas, en plan documental, que cuentan a cámara directamente sus experiencias, o lo que ellas creen que son sus experiencias, o lo que les han contado sus abuelas, sobre la pamema del agua que “entra” en las mujeres y las vuelve locas) a mitos y leyendas que están muy bien como color local y como tradiciones para recordar hasta qué punto hemos superado, afortunadamente, el tiempo en el que la medicina se basaba en las sangrías y los médicos hablaban de humores y otras curanderías, pero no para hacernos creer que, efectivamente, el río es un ente con capacidad para desear, para enloquecer a mujeres y hacerlas perder la cabeza.
La película se desliza (sí, como el río por su cauce, pero sin crecida, muy lánguidamente...) durante hora y tres cuartos hacia su final, con adherencias manifiestamente prescindibles como el nuevo novio de la madre de Ana, que es francés quizá para justificar la coproducción. Estamos entonces ante una historia evanescente, etérea, que intenta jugar con telurismos vacuos, con supercherías trasnochadas que se intentan hacer pasar por poéticas leyendas del tres al cuarto, que busca, entendemos que erróneamente, traer a primer término la España analfabeta de las supersticiones seculares, de las maldiciones, de los males de ojo.
Film fallido, a nuestro juicio, tiene un problema añadido que es ya habitual en el cine hecho con actores no profesionales, como es el caso de la protagonista Luna Pamiés y su partenaire Alberto Olmo: su falta de técnica actoral, y con ello, de dicción y facultades declamatorias, hacen que con frecuencia sus diálogos sean ininteligibles.
Lástima, porque la historia prometía, y de haber ido más por el camino de la sugerencia, del misterio sin realismos, costumbrismos ni coloquialismos, podría haber dado mucho más juego. Nos parece que a la debutante Luna Pamiés la quiere la cámara, pero tendrá que mejorar en técnica actoral, porque aún está muy cruda. Las estupendas Bárbara Lennie y Nieve de Medina están claramente desaprovechadas, en especial la primera.
(15-11-2022)
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