Eco Films fue una productora madrileña fundada en 1962 y presidida por Juan Miguel Lamet. Su interés por un cine diferente le permitió apoyarse en las nuevas propuestas ministeriales, más benévolas en la censura y dispuestas a apoyar a las jóvenes promesas tituladas en el IIEC/EOC. Por ello, produjo las óperas primas de Summers, Patino y Picazo, así como el tercer largometraje de Diamante, El arte de vivir, presentado en el Festival de Berlín antes de su estreno en España.
El título quiere sugerir la capacidad del ciudadano para cambiar sus posicionamientos ideológicos desde un severo inconformismo a un progresivo aburguesamiento; la propuesta inicial de denominarlo “El inconformista”, apuntaba a ciertos sectores, preferentemente jóvenes que, al carecer de verdadera conciencia política, difícilmente podrían mantener actitudes críticas durante mucho tiempo.
La canción “Todo va bien en el mejor de los mundos” (letra de Diamante, música de Waitzman), que canta Miguel Ríos mientras aparecen los títulos de crédito, sugiere y apunta al tono y acciones, modos y actitudes que se van a presentar. El director vuelve a estructurar el eje dinámico de su película sobre la dialéctica amor y profesión, trabajo y sentimientos. En este caso, el personaje masculino es Luis (Luigi Luciani), un recién licenciado universitario que busca empleo acorde con su titulación y capacidades, por más que ninguno le satisfaga; el femenino Ana (Elena María Tejeiro), oficinista, tiene marcados los techos de su vida aunque siempre estará dispuesta a subir en la escala social incluso cediendo con la moral al uso.
Los correspondientes fracasos de Luis en ámbitos laborables a los que no se pliega y, posteriormente, el reconocimiento de sus aptitudes en un nuevo y moderno ámbito profesional, van modificando sus esquemas mentales; inconformismo inicial, aburguesamiento posterior, marca, al tiempo, los diferentes comportamientos de la relación afectiva; esta comienza a hacer aguas cuando el empresario presione, con tan sutiles como perversas maneras, sobre el profesional, incapaz ya de controlar las exigencias laborales como de impedir sus efectos en la vida privada. De la misma manera, la familia, en la persona de la madre (Lola Gaos) y la apoyatura del primo (Juan Luis Galiardo) ejercen la necesaria presión para que el buen burgués de origen provinciano abandone la relación sentimental con la humilde chica oficinista.
El equívoco y el juego amoroso que llega de fuera, pondrán la nota dramática en la vida de la muchacha mientras que Luis, saboreando las delicias de la ambigüedad social y olvidando sus antiguos compromisos ideológicos, dejará a un lado el amor para ejercer el arte de vivir: vestir terno diplomático, tomarse una bebida fría, lustrarse los zapatos por el limpia. La canción “Todo va bien…”, repetida ahora, suena a orto de buena nueva vida aunque, por el contrario, también remite a ocaso de juveniles ilusiones marchitadas.
La radiografía moral que Diamante hace con su personaje escapa a la época cronológica referida en la película y adquiere valores de manifiesta intemporalidad. La actuación de la gran empresa sobre sus viejos y nuevos profesionales, fiscalizando modos y maneras, reprimiendo y exigiendo, es el más claro precedente de la Bruster & Bruster que Roberto Bodegas nos enseñó en Los nuevos españoles; el nuevo capitalismo cree y hace creer en El arte de vivir que la “fabrica”, ese alto edificio deshumanizado con aspecto de jaula, es “algo superior” como claramente expone el Director General, Sr. Smeyers, a su joven empleado Luis, en el que ha puesto todas sus ilusiones.
Junto a un elenco de primeras figuras, Diamante compone papeles secundarios para sus amigos del cine, Manuel Summers, o del teatro, Lauro Olmo, Carlos Muñiz, Antonio Buero Vallejo. Y en su afición y conocimiento del flamenco, no falta la presencia del cantaor, Rafael Romero, acompañado a la guitarra por Perico el del Lunar (hijo), quien, con su petenera, parece poner en tela de juicio la vida de los concurrentes: “Yo quisiera renegar/ de este mundo por entero/ volver de nuevo a habitar/ por ver otro mundo nuevo/ donde encontrar la verdad”. La plenitud del flamenco y sus posibles usos cinematográficos los llevaría a cabo este realizador diez años después con La Carmen.
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