Pocas veces en la historia reciente del cine español (habría que remontarse, quizá, a Fernando León de Aranoa y su Familia) ha habido un debú tan estimulante en la dirección como el de Achero Mañas con este El Bola, que se revela pronto como un filme más que notable, una de las mejores películas españolas del año. Porque el relato de este pequeño de apenas nueve años, sojuzgado por un padre tirano que paga con sus malos tratos la pena por otro hijo muerto, este niño que encuentra en la amistad de otro y de una familia más o menos normal la contrafigura de su vida, es una obra punzante, brutal y tierna a la vez, un pedazo de la existencia cotidiana arrancada con mimo y limpidez por un cineasta al que se adivina extrae de su experiencia como actor este impensable talento para mostrar los sentimientos contenidos, en su hasta ahora habitual tarea de hacer suyas las emociones de otro.
Sencilla y compleja a un tiempo, con apenas algunas lagunas y mínimos deslices, perfectamente disculpables en una ópera prima, contando con mimbres escasos en lo económico y discretos en cuanto al relumbrón de los intérpretes, casi todos ellos desconocidos, la película te gana rápidamente, en cuanto te percatas que no estás ante otro filme "con niño", sino "con seres humanos", con la tremenda desdicha de caer en la familia equivocada, con la enorme felicidad de encontrar, contra toda esperanza, un resquicio de confianza en la amistad. Esta ejemplar obra de Mañas no sería la que es sin los rostros casi siempre impasibles pero que transmiten toda clase de sentimientos, de dos chavales nuevos en esta plaza, Pablo Galán y, sobre todo, el protagonista, Juan José Ballesta.
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