Tras perfeccionar la técnica del stop motion o paso de manivela, Segundo de Chomón, el más importante de los pioneros del cine mudo español, realiza para la Pathé Frères (para la que trabajaba en aquella época) esta espléndida El hotel eléctrico, que es un compendio de lo que había experimentado hasta entonces en filmes como Una noche espantosa (1905) o La casa encantada (1907).
Una pareja llega a un hotel que tiene como peculiaridad el hecho de que sólo dispone de un conserje, pues está automatizado de tal forma que todos los servicios se prestan gracias al ingenio de un panel de mandos que hace que los objetos se muevan solos. De esta forma, el equipaje de los viajeros se traslada por sí solo hasta la habitación reservada para ellos, y allí se deshacen las maletas automáticamente y cada uno de los objetos se coloca muy organizadamente en cajones y armarios. Después los inquilinos del hotel entran en la habitación, y allí, mediante el correspondiente panel de botoncitos y palanquitas, hacen que los zapatos de él se lustren con un cepillo muy hacendado, que la señora sea apañada capilarmente con un peine que se maneja solo, y que todos los artilugios propios del afeitado masculino (brocha, espuma, navaja) actúen sobre el rostro del varón hasta dejarlo hecho un pincel (bueno, más o menos: luce unas patillas horrendas…). La cosa no queda ahí: la pareja decide escribir a sus padres, y mediante las oportunas palancas pulsadas aparece un escritorio donde pluma y papel escriben unas líneas para los progenitores. Finalmente, el encargado del hotel, borracho como una cuba, acciona en el control central las palancas que no debe, y todas las estancias del establecimiento, incluida la habitación de nuestros protagonistas, se convierten en un “totum revolutum”…
Chomón había conseguido ya en esta época el pleno dominio de la técnica del stop motion o paso de manivela, que permitía hacer creer al espectador que los objetos podían moverse solos. De esta forma, en fecha tan temprana como 1908, apenas 13 años después de la primera exhibición pública del fenómeno del cinematógrafo, se conseguía ante el espectador, con toda fiabilidad y credibilidad, la sensación de que, efectivamente, era posible que cualquier tipo de objeto, por humilde o convencional que fuera, tuviera vida propia y actuara al dictado de las órdenes que el supuesto tablero eléctrico le comunicara.
La sensación de verosimilitud es extraordinaria, e incluso el tono veladamente humorístico (los objetos se mueven con movimientos que no son meramente prácticos, sino que parecen adornarse en su mudanza) aporta el toque artístico a una película técnicamente perfecta, en clave de cine fantástico que se adelantaba a su tiempo, y con el que Chomón alcanzará la cumbre de su cine. El filme fue todo un éxito comercial y propició que el cineasta español continuara con su carrera, aunque probablemente nunca más llegó a una altura tal.
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