Definitivamente, el hindú-americano Shyamalan está perdiendo los papeles a marchas forzadas; tras su notable irrupción con El sexto sentido, ha tenido algunos títulos de interés, como Señales, o la primera parte de El bosque, pero últimamente está petardeando a modo: véase el caso de La joven del agua, engendro tirando a incomestible. Pero es que este El incidente no le va a la zaga: se ha dicho que se trata de una actualización del cine de catástrofes, pero no hay tal, sino un nuevo acercamiento al cine de sorpresas, con el golpe de efecto final, que ya es su marca de fábrica, aunque ya le tenemos pillado el punto y cualquier espectador sabe por donde nos va a salir…
Aquí el tema es un repentino comportamiento suicida de los seres humanos, localizado en puntos habitados cada vez más reducidos en el Noreste de Estados Unidos. Los protagonistas, un profesor universitario, su novia con la que está medio peleado, y la hija de unos amigos, habrán de cruzar medio Estado huyendo de esta amenaza inasible. Pero parece que a Shyamalan le ocurre lo que a bastantes guionistas que son a la vez directores, que están pidiendo a gritos a un coautor del guión que le encauce sus disparates hacia zonas más verosímiles; véase, por ejemplo, la secuencia en la que los protagonistas intentan entrar en una casa defendida por un tipo con un arma, todo un ejemplo de cómo no debe planificarse ni presentarse una escena cuyo desenlace todos sabemos antes siquiera de que lo plantee el director; tampoco es mucho mejor la secuencia en el último refugio, con la mujer chalada. Hombre, hay que entender al bueno de Manoj (que ésa es la M. de su nombre): llegó a la fama a los 29 años, con la citada El sexto sentido, cuando algunos todavía andan con la empanada de una adolescencia tardía. Es difícil digerir el éxito tan temprano, y tal vez este hindú de cabeza bien amueblada ha sentido la tentación de pensar que todo lo que hace es bueno; quizá un batacazo en taquilla le cure de su error, y le haga ver que cuatro ojos ven mucho más que dos.
El incidente reincide en la última tendencia shyamalaniana de búsqueda de temáticas y de caminos: si en La joven del agua se atrevía con los juegos de rol, aquí parece que juega a ese ensayo del Apocalipsis que tanto gusta al ser humano; pero no parece que esta amenaza sea la más probable: no creo que, si el mundo se va al carajo (que se irá…), sea por el instinto de autodefensa de los pacíficos vegetales y sus esporas, que nos ha permitido ese humorístico titulillo que, como tanto me gusta, juega con el retruécano y casi con el calambur…
No sería justo dejar de reconocer algunos méritos al filme: me quedo con la bressoniana semielipsis de los suicidios por pistola, piadosamente ahorrados en cuanto al disparo, aunque no se nos aligere la visión de la herida en la cabeza; pero sobre todas las imágenes, me quedo con la escalofriante escena del rascacielos en construcción, con los albañiles lanzándose al espacio, una sobrecogedora lluvia de personas que encoge el ánimo, cuando no el corazón.
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