El cine de terror español (y que se libre el que pueda) suele tener poca altura. El pacto no es que tenga mucha, pero sí me parece que se eleva algo sobre el marasmo habitual en el género. Por de pronto, tiene buena factura: de hecho, el director y coguionista, el catalán David Victori, aunque anteriormente en cine solo había hecho tres cortos (todos cortados por el mismo patrón de la intriga o el misterio), fue uno de los directores de la costeada producción televisiva Pulsaciones, creada por el magnate audiovisual Emilio Aragón, una serie con excelente look, aunque en cuanto a su tema hacia aguas.
No es El pacto una buena película; pero, al menos, tiene una factura correcta, como decimos, y además, salvo en algunos momentos de la primera parte del film, no recurre al tópico del susto, tan recurrente en nuestro cine, aunque también en cualquier otro cine de terror hodierno, incluido el americano, y su historia, aunque seguramente es inevitable en el género que se tienda a la marcianada, tiene una cierta coherencia dentro de su inverosimilitud, y al final las cuentas cuadran, por decirlo en una jerga contable.
Mónica es una abogada separada de su marido, Álex, con el que tiene una buena relación. La hija adolescente de ambos, Clara, es diabética y tiene que medicarse para ello periódicamente, por lo que la madre actúa de forma sobreprotectora con ella. Cuando un día pierden el contacto con la muchacha y esta aparece finalmente sola y en un fatal coma diabético, Mónica se enfrentará a un pavoroso enigma que puede hacer que recupere a su hija, aunque para ello tenga que pagar un precio altísimo...
Por la publicidad pareciera por momentos que estamos ante una libérrima versión del mito de Orfeo y Eurídice, donde Orfeo sería mujer, y madre, y Eurídice, en vez de su amada, fuera su hija (también amada, es cierto, pero en otro sentido...), y esa “Orfea” tuviera que rescatarla del mismísimo Hades, ese infierno tan temido. Después, vista la peli, lo cierto es que no existen huellas reales de esa visión protomitológica, aunque metafóricamente pudiera entenderse algo así. Porque en el fondo la pregunta del millón del film es qué estaríamos dispuestos a pagar, o a hacer, con tal de recuperar a nuestros seres queridos. Sobre esa clave de arco se cimenta toda la historia, con el altísimo precio exigido para salvar a los nuestros, y cómo salir con bien de ese embrollo.
La tensión se mantiene razonablemente, aunque se caiga más de una vez en la tentación de poner en escena a intrusos (siempre en sombras: en el cine de terror parece que no pagan el recibo de la luz, siempre están a oscuras...), personajes que aparecen entre tinieblas con intenciones no precisamente bienhechoras, y que solo sirven para adobar con un poco de intriga y sobrecogimiento la historia, porque en puridad no ayudan en nada a su desarrollo. Pero el conjunto, sin ser nada del otro mundo, se deja ver sin que el espectador se remueva incómodo en la butaca, y eso en sí es ya lo más parecido a un elogio.
Victori tiene buena mano en la puesta en escena, dirige con solvencia y cierta elegancia, aunque es evidente que le queda todavía mucho por aprender. Belén Rueda, que desde que hizo El orfanato (2007) se ha convertido en una especie de icono del cine de terror español (véanse sus intervenciones en films que se pueden incluir en ese apartado, como El mal ajeno, Los ojos de Julia y No dormirás, y series televisivas como El barco y Luna, el misterio de Calenda), está, como casi siempre, convincente: Belén es una actriz muy segura y, con un guion medianamente decente, como es el caso, sabe salir airosa. Darío Grandinetti parece haberse adaptado al rol de actor secundario que el cine español le ha endosado, y aquí además está doblado, como si su personaje, aunque sea policía, no pudiera hablar con su dulce acento porteño. La jovencísima Mireia Oriol tiene un encanto misterioso, y habrá que seguirla, porque parece tener madera. Interesante y muy adecuada la intrigante banda sonora de Miquel Coll, nuevo valor de la música de cine catalana.
(21-08-2018)
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