El pianista polaco Wladyslaw Szpilman fue uno de los judíos supervivientes del gueto de Varsovia durante la ocupación nazi. Su odisea, que constituye una verdadera lista de horrores, de constatación de la extrema crueldad del nazismo, queda reflejada en la última cinta de un cineasta, también polaco, Roman Polanski, que –de alguna manera— también vivió en su niñez el terror del gueto y de la pérdida de sus familiares.
Cineasta apátrida, que ha rodado películas en su país, en Estados Unidos, en Francia, en España, en Gran Bretaña… Polanski vuelve al tono y al rigor de sus mejores cintas en esta crónica dramática y al mismo tiempo distanciada de las desventuras de este músico, vividas primero en unión de sus padres y hermanos, y luego en una soledad que se va haciendo cada vez más extrema hasta llegar a constituirse en una especie de Robinson, perdido en medio de las ruinas de la guerra.
Sin concesiones melodramáticas, sin subrayar unas situaciones ya de por sí crueles y terribles, Roman Polanski acierta sobre todo en su tramo final, cuando Szpilman sobrevive de casa en casa, prisionero fantasmal de una situación que lo aisla, lo deja a su suerte, en una lucha final a vida o muerte.
El encuentro con el capitán alemán y al mismo tiempo con la música que sale de sus manos de artista logra, en las imágenes del veterano realizador, unas secuencias llenas de madurez y belleza. Ayudado por la sensible interpretación de Adrien Brody, El pianista (premiada con la Palma de Oro en el último Cannes) nos devuelve, pues, a un autor que a lo largo de una extensa carrera, con lógicos altibajos, ha demostrado siempre su personalidad inteligente.
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