CRITICALIA CLÁSICOS
Disponible en Movistar+, Disney+ y Prime Video.
En el cartel anunciador de esta película cuando se estrenó en Estados Unidos, allá por 1982, se podía ver en la parte superior, antes del título, los nombres de los protagonistas o el director, la frase "It's no laughing matter", o lo que es lo mismo, "No es cosa de risa", probablemente como una manera de avisar a los potenciales espectadores de que el film no iba de temas cómicos ni de precisamente risas, no fuera a ser que el término comedia o la presencia entre los actores de un cómico tan reconocible como Jerry Lewis les llevara a engaño.
Y el aviso en cuestión tenía más razón que un santo. Porque este film de Martin Scorsese es sobre todo el retrato de Rupert Pupkin, un sicópata, un desgraciado que vive en una realidad paralela, un don nadie que sustituye con grandes fotos recortadas de sus ídolos, o de un imaginario público, con los que habla y dialoga como si estuviese en un show televisivo real, en el que le gustaría estar. Para intentar dar ese salto en su vida, y ayudado por una histérica amiga y vecina, intenta buscar la recomendación de quien sí es una figura del espectáculo, Jerry Langford, un presentador en la cúspide, de quien espera que le dé una oportunidad para darse a conocer.
Cuando Scorsese rueda este hiriente y cruel retrato, ya lleva una quincena de años en esto del cine, y tiene en su haber obras valiosas como Alicia ya no vive aquí o Taxi Driver. Incluso su film anterior era una de sus obras magnas, Toro salvaje, en 1980, sobre el boxeador Jake LaMotta, pero todavía no había iniciado su variopinto retrato sobre la mafia, temática que coparía un buen número de títulos en las siguientes décadas, como Uno de los nuestros, Casino o Infiltrados, temática que sólo había tocado superficialmente en uno de sus films iniciales, una principiante Malas calles, y sólo en forma transversal.
Volviendo al pobre Rupert Pupkin, su obsesión con Langford lo lleva a un calvario de intentos por convencerlo de su ayuda, cosa que el ídolo rechaza, hasta blindarse en su oficina o en su casa para esquivar a un individuo cada vez más peligroso en sus fantasías. Las reiteradas escenas en la recepción, sus humillantes expulsiones por los encargados de la seguridad, terminan por hacerle buscar opciones más extremas y delictivas. Y así, secundado por su no menos loca vecina, optan por el secuestro puro y duro como fórmula de lograr sus objetivos.
Una vez en su poder Langford y empapelado con cinta aislante de los pies a la cabeza, intenta chantajearlo para que le den su oportunidad. Pero sólo logra que intervenga la policía y todo su universo sea cada vez más hostil. Pero en su locura, y con continuas trampas, Pupkin logra sustituir al propio ídolo en su programa. A partir de ahí el guión de Paul D. Zimmerman entra en el plano de la reflexión social, y Scorsese nos muestra cómo la estrella de su caótico y sicópata protagonista acaba por ganar el favor del público y ser un ídolo de masas, salir en la portada del Time y protagonizar libros y biografías... todo un personaje, en suma.
Film inteligente, pero imperfecto, con un bache central (reiterativo en escenas muy similares), El rey de la comedia tiene muchos aspectos positivos, un simpático cameo del gran secundario Tony Randall -y otro del propio Scorsese y de sus padres- y sobre todo contiene un par de intérpretes protagonistas que inclinan claramente a su favor el resultado final. Por una parte Robert de Niro, un imprescindible a lo largo de la extensa filmografía del director, aquí en su tono exagerado, sarcástico, gesticulante (que luego ha repetido quizás demasiadas veces y en cintas que no le merecían) pero que para el impresentable personaje en cuestión resulta perfecto. Y el gran Jerry Lewis (tan lejos de cuando hacía dúo cómico con Dean Martin), aquí en modo Buddy Love, el lado ligón de su personal versión de Jekyll y Hyde en la obra maestra El profesor chiflado, pero sólo en el aspecto exterior, puesto que encarna magníficamente a un hombre serio y profesional, desbordado por el plasta que se le viene encima.
Si se quiere buscar una moraleja (palabra tan desprestigiada) para esta cinta, diríamos que Martin Scorsese es posible que quiera decirnos en su tramo final y desenlace, que el mundo no está loco, loco, loco, loco (como lo tildaba Stanley Kramer en su película), sino que más bien el mundo está tonto, tonto, tonto, tonto...
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