La arriesgada empresa de llevar al cine, por tercera vez (la segunda fue un "western"de Gordon Douglas inédito en España) el clásico El beso de la muerte de Henry Hathaway, ha sido acometida por Barbet Schroeder por la única vía posible, olvidándose del original y montando una historia que apenas pudiera ser reconocible como deudora de la legendaria película que la inspiró.
Pero Schroeder erró el camino, pues si bien dejó a un lado al clásico, no ha sabido encontrar un argumento y unos personajes con el suficiente peso específico para que tuvieran entidad por sí mismos. Así, ni llegamos a creer en momento alguno que David Caruso (el detective con corazón de ángel de la serie Policías de Nueva York) pueda haber hecho en su vida nada peor que comerse una gamba con cuchillo y tenedor, ni el "malo" de la función, Nicolas Cage, da la talla. Si el memorable pérfido que interpretaba Richard Widmark en El beso de la muerte sigue indeleble en el recuerdo (¡aquella risa satánica!) casi cincuenta años después de tirar por la escalera a una anciana inválida, se puede decir que dos días después de ver al presunto malvado Cage ni me acuerdo de cuales son sus supuestas perversiones.
Equivocó la forma Schroeder, pero tampoco el guión de Price le ayudó mucho: plagado de lugares comunes y de cabos sueltos, no se puede decir que estuviera a la altura mínima exigida. Y es una pena, porque la realización es personal y está sobradamente cuidada. Pero lo importante de un regalo no es el envoltorio...
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