Un inciso inicial: a veces, la publicidad mete la pata hasta el corvejón. En España, esta película se publicita con el eslogan "Esposa. Madre. Asesina". ¿Asesina? Parece que no es ése, ni mucho menos, el sentido del filme de Mike Leigh, y a buen seguro si se enterara el cineasta de Manchester montaría en cólera.
La nueva obra del director que conoció fama mundial con su excelente Secretos y mentiras es un drama total, una incursión en el neorrealismo y en la hipocresía de una sociedad, la (me atrevo a decir que casi victoriana, aunque hiciera muchos años de la muerte de la Reina Victoria) británica de los años cincuenta, donde algunas jóvenes podían abortar por lo legal, previo pago de importantes cifras de dinero y una pantomima ante el psiquiatra de turno, predispuesto a dejarse engatusar, mientras que otras, sin la suerte de contar con posibles, se veían abocadas a hacerlo clandestinamente en manos de mujeres que, como la protagonista, hacían lo que podían, no siempre con buen tino.
Pero no es esta nueva película de Leigh, en realidad, un panfleto pro-abortista: el director inglés se inclina por el retrato, casi en sepia, de esta mujer de edad madura, con familia e incipiente yerno, con cuñada insoportable (en el cine de Leigh las cuñadas son siempre imposibles...), una mujer de una bondad tan absoluta que no reparaba en que su "ayuda" a jóvenes descarriadas (el término es de la época, no de ahora, claro) era un flagrante delito en su tiempo.
Es cierto que Leigh, como guionista, carga las tintas en la virtud absoluta de esta mujer teóricamente irreprochable como ser humano, aunque tenía esa otra vertiente de su vida bastante más polémica. Pero también es verdad que, como excepción, se alegra uno de ver una familia feliz (hasta que llega el mazazo del descubrimiento de las actividades de la "materfamilias"), en vez de los desastrosos clanes que el cine, una y otra vez, retrata cotidianamente.
El secreto de Vera Drake no es estrictamente pro-abortista: los médicos, los policías, la sociedad que rodea a la protagonista no son crueles, inhumanos, déspotas, como tan a menudo ha reflejado, aviesamente, el cine. Tampoco es, por supuesto, anti-abortista. En ello marca distancias con los dos extremos, tan radicales, tan equivocados, en un tema tan íntimamente doloroso, cualquiera que sea la posición que se tenga al respecto. Es una visión más de otro dolor, del dolor de una familia abocada a una situación impensable en su Arcadia feliz de grupo humano de posición modesta pero de vida razonablemente llena de cariño. Un motivo para la reflexión de lo erróneo que es, en la vida, estar en un extremo, en cualquier extremo.
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