La historia de cómo se forjó y cómo se filmó esta lacerante El silencio de otros daría casi para otra película. Almudena Carracedo, española, y Robert Bahar, norteamericano, son guionistas, cineastas y productores que además forman pareja sentimental. Generalmente dirigen al alimón y sus películas, casi siempre documentales, tratan temas fundamentalmente sociales. Con Made in L.A. (2007) consiguieron nada menos que un Emmy. Con ese bagaje, Carracedo y Bahar se interesaron por el tema de los desaparecidos en la postguerra civil española, gentes normalmente de izquierdas, o simplemente liberales, que la incuria del régimen franquista torturó y mató sobre todo en los primeros años de la Dictadura que duraría casi 40 años, pero también incluso en el llamado Tardofranquismo, cuando Franco estaba ya próximo a morir.
Sobre ese tema, Carracedo & Bahar se embarcaron hacia 2011 en la filmación de un documental que recogiera la lucha de los descendientes de aquellos desaparecidos de la postguerra, pero también de las madres a las que en los años sesenta y setenta les robaron sus hijos recién nacidos para vendérselos a gente pudiente, y de aquellas personas, generalmente luchadores antifranquistas, que fueron torturados por sus actividades a favor de la democracia. Durante 6 años han estado filmado un material ingente, miles de horas que, durante 2017, montaron a lo largo de un año, hasta quedar este El silencio de otros que, digámoslo ya, siendo un testimonio desgarrador de algo que puede llamarse perfectamente un genocidio (hay en torno a cien mil personas desaparecidas en España, enterradas en cunetas, tapias de cementerio y sitios similares, todos ellos sin identificar), sin embargo no consigue el nivel de obra maestra que podría haber alcanzado, teniendo un material tan extraordinario de partida: decenas, centenares de personas movilizadas desde hace años para intentar conseguir justicia para sus muertos y, sobre todo, algo tan básico como poder recuperar los restos de los suyos para hacerle las honras fúnebres que en el ser humano son consustanciales.
En ese mismo plazo ha ocurrido casi de todo en torno a la lucha de los que buscaban justicia: la Audiencia Nacional les denegó la petición de abrir sumarios contra los culpables de tal masacre, amparándose en la Ley de Amnistía de 1977 (que sacó de las cárceles a cientos de luchadores por la democracia, pero también eximió de reproche penal a los que desde la dictadura hicieron uso y abuso de su poder omnímodo contra las personas y las cosas), pero la justicia argentina, bajo el paraguas de la “justicia universal” que ampara la persecución de los delitos de lesa humanidad, accedió a asumir este asunto; sin embargo, las gestiones de la jueza platense Servini, encargada de instruir la causa, fueron sistemáticamente torpedeadas por el gobierno español (por aquel entonces dirigido por el conservador Partido Popular) y por la propia justicia española; aún así, pequeñas victorias, como la exhumación para su identificación de un número no despreciable de personas (se calcula que en torno a ocho mil), hace que la esperanza no se haya perdido; también el cambio de gobierno acontecido en junio de 2018, con la entrada en el poder del Partido Socialista, tras una moción de censura, debería facilitar ir más lejos en este doloroso asunto.
Pero lo cierto es que viendo El secreto de otros recordábamos otros dos documentales que si alcanzaron, a nuestro juicio, la entidad de obra maestra absoluta, además de ser lacerantes testimonios de crudelísimas masacres: uno era La batalla de Chile (1975-1976), espléndido díptico (hubo una tercera parte, datada en 1979, más floja) de Patricio Guzmán que detallaba prodigiosamente el golpe de estado que el general Pinochet dio el 11 de septiembre de 1973 para deponer al gobierno constitucional de Salvador Allende; el otro era La república perdida (1983), magnífico documental de Miguel Pérez que radiografiaba certeramente la durísima represión ejercida por el gobierno militar de Videla, Viola y Galtieri durante la Dictadura que asoló la República Argentina desde 1976 a 1983.
Probablemente el problema de El silencio de otros (que, sin embargo, no empece su tremenda emotividad, su decidida apuesta por estos héroes anónimos, su inusitado valor) haya sido el ingente número de metros filmados, cuyo montaje ha debido ser una labor ciertamente titánica. De esta forma, ha sido complicado mantener el ritmo, el tono, la cadencia; dicho lo cual, su valor, es evidente, trasciende el mero estadio de lo cinematográfico para alcanzar otro nivel, el de las denuncias percutantes que, prescindiendo de la forma, adquieren un plus especial, un aliento humanista, da la voz a los que normalmente no la tienen.
Sus ya innúmeros premios (en los festivales de Berlín, Santa Fe y Sheffield, entre otros), pero también sus nominaciones, en los Premios Goya, en los EFA y en los José María Forqué, confirman que la película ha calado muy hondo en la sociedad. Momentos como todos aquellos en los que aparece en pantalla el rostro estragado, tan de verdad, de María Martín, que llevaba casi ochenta años colocando un ramito de flores en el lugar donde se cree que fue muerta y enterrada su madre, en 1939, y que finalmente moriría sin poder cumplir su sueño de darle un entierro digno, con lo que las últimas flores depositadas en honor de su progenitora quedarán para siempre marchitas; o la emoción prístinamente genuina de Ascensión Mendieta, otra anciana nonagenaria que sí tuvo la dicha de poder reencontrarse con los restos de su padre y darles digna sepultura, elevan el tono del film y lo convierten en imprescindible. También son notables los momentos en los que vemos a José María “Chato” Galante hablando de las torturas que le infligía Antonio González Pacheco, alias Billy el Niño, el felón policía franquista especializado en hacer hablar, a toda costa, a los presos de la dictadura, y que sin embargo, una vez jubilados ambos, vivían en la misma calle.
Pero no todo tiene ese mismo nivel, quizá por el mentado problema de montaje mastodóntico al que hemos aludido. Queda entonces un film, como decimos, imprescindible para saber de una de esas anomalías históricas, la impunidad de un régimen que hizo barbaridades y que, sobre todo, impidió que decenas de miles de familiares pudieran enterrar a los suyos, darles la paz de la tierra o de la cremación, pero dando nombre a los restos, a las cenizas, para que no se les olvide ni se olvide por qué fueron asesinados.
Por supuesto, a El silencio de otros le tocó la lotería cuando los hermanos Almodóvar, Pedro y Agustín, vieron la película, les impactó, y decidieron comprarla y utilizar el poder de su productora, El deseo, para que viajara por todo el mundo. El sello de los Almodóvar le confirió un plus de visibilidad que, sin duda, habrá que agradecer a los productores de casi toda la filmografía de Pedro, pero también de otros, como es el caso.
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