CINE EN PLATAFORMAS
Disponible en Netflix.
Es curioso: en los últimos tiempos nos han llegado dos películas mexicanas sobre el mismo tema, la educación, y especialmente sobre el carácter redentor de la misma, pero ambas son muy distintas; no solo en su enfoque, que también, sino especialmente en su calidad: Radical (2023), film de Christopher Zalla, es un muy interesante acercamiento a la figura del maestro innovador y, sobre todo, motivador, el que busca realmente la mejor formación para sus alumnos, no solo en las disciplinas habituales, sino, sobre todo, en esa cosa tan rara que hemos dado en llamar “pensar”. Por su parte, este El último vagón (2023), del cineasta Ernesto Contreras, comparte temática, la educación, y desde luego las buenas intenciones, pero ni de lejos se acerca a la estimulante propuesta de Zalla.
La historia se ambiente en el México rural, en nuestro tiempo. Conocemos a Ikal, un niño como de 10 años, recién llegado al pueblo con sus padres. La maestra, la ya anciana Georgina, quiere que el pequeño acuda a la escuela para avanzar en su formación, hasta entonces más bien escasa; su padre ha ido al pueblo para trabajar en la construcción de líneas ferroviarias. En realidad, todo en el lugar gira en torno al ferrocarril. De hecho, incluso la escuela es un viejo vagón, que han preparado para la función de aula colegial. La maestra consigue que el niño vaya a la escuela a cambio de cuidarle el perro que el padre no quiere que tengan en casa. A partir de ahí, irá incentivando su curiosidad por leer (cosa que prácticamente desconoce) a base de dejarle tebeos, que el crío devora. Paralelamente, vemos en la capital, en los despachos de la administración educativa, cómo se prepara una campaña para el cierre de muchas escuelas rurales para, supuestamente, “mejorar la educación” (un oxímoron curioso éste…).
El director, Ernesto Contreras (Puerto de Veracruz, 1969) es un cineasta mexicano de ya larga carrera; graduado en cine por la Universidad Autónoma de México, comenzó a dirigir en 1997, contando ya con una filmografía que excede de largo los veinte títulos, de muy diverso formato, temática e interés. Empezó en el corto, como suele ocurrir, para pasarse después al largo y a las series televisivas a partir de 2007, con gran eclecticismo, desde las comedias comerciales (ha hecho la versión mexicana de la exitosa peli francesa Papá o mamá, de 2015, que también ha tenido su secuela española, titulada Mamá o papá, en 2021) hasta títulos de mayor intencionalidad artística, como Sueño en otro idioma, pero también encargos puramente profesionales, como la serie de temática delincuencial El Chapo, sobre el famoso criminal azteca.
Nos parece que Contreras es un cineasta aseado pero no precisamente estiloso, como se comprueba con este drama sin duda bienintencionado, que busca valorar el tesoro incalculable de la educación, y sobre todo de la educación en las áreas deprimidas de la población como única posibilidad (que no seguridad) de poder acceder al ascensor social.
Pero ya dice el aforismo castellano aquello de que “el infierno está empedrado de buenas intenciones”, y nos parece el caso. Con una puesta en escena bastante desaliñada, por no decir vulgar, la película se dispersa con temas secundarios, como las secuencias que presentan el robo en la hacienda del patrón del padre del líder de la pandilla de Ikal, buscando quizá adobar la historia con un cierto perfil comprometido que, la verdad, está ofrecido con escaso interés y como para rellenar; no digamos la forma en la que se pinta a la anquilosada administración educativa mexicana (dicho sea de paso, seguramente es incluso peor…), de forma muy maniquea y acartonada.
Historia un tanto confusa y dispersa, al guion (basado en la novela homónima de Ángeles Doñate) le hubiera hecho falta un par de vueltas más para encontrar su punto, y a Contreras haber afinado más en la realización. A ratos incoherente y casi siempre elemental, la película tiene tan buenas intenciones como escaso es su recorrido, su arco dramático, tan previsible y tópico. Hay, es verdad, algunas escenas que llegan bien al espectador, como la emotiva despedida de la maestra, aunque es cierto que en ese tipo de escenas es difícil no emocionar al espectador, a poco que se cuente con intérpretes medianamente solventes.
Con una música en general edulcorada y blandita de Gus Reyes y Andrés Sánchez, que no nos ahorran tampoco el tono melodramático y sentimentaloide, lo mejor del film quizá sean algunas actuaciones, mayormente la de la siempre estupenda Adriana Barraza, una de las grandes actrices mexicanas de su generación, que interpreta a la abnegada maestra, pero también, sorprendentemente, del pequeño Kaarlo Isaac, de escasísima experiencia actoral, como también la pequeña Frida Sofía Cruz Salinas, que interpreta a su amiga/novieta, ambos muy frescos y naturales.
98'