Tras acabar sus denominadas Diez películas de hierro (entre ellas La loba y la paloma, Reina Zanahoria y Parranda) Gonzalo Suárez realizó este Epílogo, a modo de estrambote de aquella serie, en el que volvió a incidir, ahora más claramente que nunca, en las relaciones de cine y literatura y, sobre todo, en el proceso creativo, en principio literario, pero ampliable a todas las artes, ese proceso creativo que constituye un misterio aún por desvelar.
Dos escritores, Rocabruno y Ditirambo, se reúnen para escribir juntos de nuevo. Con ellos está su musa, su amor conjunto, aunque cada uno la reclama en exclusiva. De su conjunción saldrán historias febriles, hermosas, fantásticas. Este Epílogo preludia ya la alta cota que alcanzaría Suárez en Remando al viento, y, como ésta, es un fascinante recorrido por los recovecos creativos de la mente humana. Obra que rechaza el mero entretenimiento, pide colaboración del espectador, por lo que, si se busca simple evasión, mejor será “pasar” de esta historia que no hace concesión alguna a la galería.
Pero la dirección de Gonzalo Suárez, su pulcra puesta en escena, lo que nos cuenta y cómo nos lo cuenta, bien merecen la pena. Interviene, en un papel pequeño pero muy sustancioso, el ex-boxeador Manolo Velázquez, quien durante los años sesenta mantuvo una dura pugna (nunca mejor dicho...) con el también púgil Pedro Carrasco. De los protagonistas sobresalen fundamentalmente Francisco Rabal, magistral como siempre, y la hipnotizante presencia de Charo López, que nunca estuvo mejor. José Sacristán les sigue a distancia, despegándose poco de su habitual papel. Destacar también la notable fotografía de Carlos Suárez, el habitual operador de Gonzalo, que para eso es su hermano, y así todo queda en casa…
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