Gonzalo Suárez se propuso en los años sesenta hacer lo que él denominaba “Las diez películas de hierro” del cine español. Casi al final de la década de los setenta consiguió terminarlas, aunque probablemente los resultados no fueran los que él imaginó. Esta La loba y la paloma es una de esas películas de hierro, aunque tal vez haya que dejarla en latón, pero no en plomo.
Planteaba Suárez y su coguionista Juan Cueto, entonces mucho menos conocido que ahora, una historia en la que un presidiario sale de la cárcel para recuperar un tesoro cuya clave tiene una niña muda. Esta línea argumental daba pie a presentar una curiosa fauna de personajes, en cuyo perfil y personalidad se volcó el director: el exrecluso, un hombre sanguinario y sin escrúpulos; la madre, prototipo de la matrona opulenta, a la vez maternal y sexy; la hija, el silencio del miedo y el trauma. Todo ello filmado con un regusto por la cochambre, por la sordidez, con una estética feísta.
Film de alguna forma experimental, La loba y la paloma no es una obra de la altura de Epílogo o Remando al viento, posteriores y mejores películas suaristas, pero tiene un nivel y una dignidad muy elogiables. Como curiosidad, reseñable, La loba y la paloma fue uno de los films-bandera del destape español en los tiempos de la transición, con uno de los desnudos más esperados por los libinidosos ojos carpetovetónicos de la época, el de Carmen Sevilla, que demostraba cuán poderosas razones la adornaban en un formidable do de pecho. Entre el resto del internacional reparto, el mejor era Donald Pleasence, un actor que trabajó con los mejores y más interesantes directores del cine mundial, como Polanski, Woody Allen, Chabrol, John Carpenter o John Sturges, por sólo citar algunos nombres de prestigio.
(25-11-2007)
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