La búsqueda de un estilo propio es probablemente una de las claves de todo artista, sea cual sea su área de creación; claro que a veces ese estilo propio puede ser un no-estilo, o ser directamente una mamarrachada. Sin llegar a este último extremo (porque habrá que reconocerle algunos valores que ya comentaremos), lo cierto es que el cine de Chema García Ibarra (Elche, 1980) es cualquier cosa menos estiloso...
La acción se desarrolla en nuestros días; las primeras imágenes nos presentan a una reportera de televisión local entrevistando a una mujer cuya hija Vane, como de 8 años, ha desaparecido varios días atrás sin dejar rastro. La afligida mujer tiene otra hija, Vero, gemela de la desaparecida. Su hermano José Manuel es un ferviente seguidor de las teorías esotéricas sobre platillos volantes, civilizaciones extraterrestres que vendrán a salvarnos, etcétera, siendo miembro activo de una asociación llamada UFO-Levante, presidida por un empresario poco escrupuloso llamado Julio. Cuando este muere de improviso, todo se precipita, porque José Manuel esconde un secreto (y algo más...).
La visión de esta Espíritu Sagrado es ciertamente toda una experiencia, no necesariamente positiva. Chema García Ibarra tiene una peculiar filmografía cuajada de cortos que se caracterizan por tocar temas esotéricos, casi siempre con el tema de la espera de invasiones extraterrestres, pero incardinadas en ambientes no ya cotidianos, sino vulgares, de su Elche natal, localización prácticamente exclusiva de toda su obra (por llamarla de alguna forma...).
Lo curioso es que este cine cutre, desmañado y desaliñado, al lado del cual las pelis en súper 8 que hacíamos en los años setenta son unas obras maestras, ha concitado una extraña fascinación (quizá por lo bizarro de sus disparatadas propuestas) en certámenes cinematográficos como la Berlinale, Sundance o Locarno, donde esta Espíritu sagrado obtuvo nada menos que una Mención Especial.
García Ibarra mezcla con un desparpajo ciertamente desarmante sus desopilantes historias llenas de majaras que esperan invasiones que les rediman de sus tristes vidas, con un costumbrismo en clave de humor negro que tiene, es verdad, su punto, como la reportera de la secuencia inicial, cuya dislexia le hace decir cosas como “tenemos el corazón en un puñal”. Y además este inclasificable ilicitano tiene algunas ideas ciertamente valiosas, como esa escena final en la que nos enteramos de la realidad sobre el secuestro de la niña y hechos subsiguientes solo a través de los subtítulos del noticiero televisivo, mientras que el pánfilo protagonista sigue a su bola sin percatarse de hasta qué punto ha hecho el memo (siendo benévolos en la expresión...) con su papanatismo mientras espera que vengan a mejorarle su roma existencia. El último plano, que confiere un nuevo y sutil sentido a una de las claves que se utilizan en el film, confirma que Chema tiene algunas buenas ideas visuales, pero servidas casposamente en un cine literalmente de barrio que, ciertamente, pelearía duramente por los últimos puestos en los esforzados certámenes de cine amateur de nuestra juventud...
Los actores, todos ellos no profesionales, declaman sus papeles como buenamente pueden, procurando no equivocarse demasiado. Realmente es injusto llamarles actores, porque en puridad no lo son, sino personas anónimas que se han aprendido a duras penas unos diálogos y los dicen sin trastabillarse mucho...
(09-11-2021)
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