CINE EN PLATAFORMAS
ESTRENO EN NETFLIX
Los hermanos Anthony (1970) y Joe Russo (1971), nacidos en Cleveland, se han convertido en una especie de nuevos Steven Spielberg del siglo XX. A la manera del talentoso director de Tiburón, los hermanos Russo se manejan igualmente bien en los terrenos de la producción (propiciando no solo sus películas, sino las de otros directores, como la oscarizada Todo a la vez en todas partes o la costosísima serie Citadel) como en los de la dirección, con películas tan famosas y taquilleras como el díptico Vengadores, con sus segmentos Infinity War y Endgame, que recaudaron cada una de ellas más de 2.000 millones de dólares. No decimos que los Russo tengan el talento de Spielberg, porque no es así, entre otras cosas porque el cineasta de E.T., el extraterrestre es mucho más poliédrico que los hermanísimos (que siempre se mueven en el terreno del fantástico o la ciencia ficción), pero sí que en la carrera de estos hay bastantes similitudes con la del director y productor de Cincinatti.
Estado eléctrico es una costosísima producción (320 millones de dólares...), concebida para ser distribuida mundialmente por Netflix, y cuya producción ha sido comandada por la productora de los hermanos, AGBO. Parte de un guion de Christopher Markus y Stephen McFeely, basado en la novela gráfica de Simon Stalenhag, un pintor, músico y diseñador sueco que ha interesado mucho internacionalmente con su obra, en la que con frecuencia existen historias que se desarrollan dentro de lo que se conoce como “retrofuturo”, historias ambientadas en un futuro que, sin embargo, presenta un “look” que remite al pasado, a un pasado de corte “vintage”.
Aquí, en Estado eléctrico, conocemos a Christopher, un adolescente dotado de una mente prodigiosa, y a su hermana mayor, Michelle. Todo ello sucede en 1990, “antes de la guerra”. Después se nos cuenta cómo los robots, que durante décadas, tras ser popularizados por Walt Disney, se encargaron de hacer todas las tareas penosas que no querían hacer las personas, se levantan contra la especie humana en una cruenta guerra que solo se inclinará hacia los “homo sapiens” cuando un gurú de la tecnología, Skate, a través de su empresa Sentre, invente los llamados “neurorreceptores”, un tipo de realidad virtual que permite a las personas manejar robots dotados con poderoso armamento, sin riesgo para sus vidas, desde sus propios hogares, y que conseguirán doblegar a los robots; el jefe de estos, el Sr. Cacahuete, firmará la paz. A partir de ahí, son confinados en una especie de reserva, una zona de exclusión conocida como Ex, en Nuevo México. Michelle, Christopher y sus padres, antes de la guerra, sufrieron un accidente de tráfico en el que murieron los progenitores y el chico quedó en coma. Michelle, ahora bajo tutela del estado, se ha convertido en una chica rebelde, cínica y nihilista. Pero cuando recibe la visita de un robotito (proscrita su presencia en suelo yanqui, salvo en Ex), se da cuenta de que ese chisme alberga una conexión con su hermano comatoso; junto a Keats, una especie de pícaro conseguidor, al que conoce por casualidad, se dirigen a Ex para intentar recuperar al chico en coma...
Por supuesto, ese 1990 es un año alternativo al que conocimos los que tenemos ya una edad, porque ni en ese tiempo había robots que hicieran los trabajos más penosos (bueno, ni ahora...), ni Disney los propició, ni, consecuentemente, hubo ninguna guerra humanos-robots. Pero, por supuesto, la fantasía y la ciencia ficción lo aguantan todo...
Estamos, evidentemente, ante el típico producto Netflix, por mucho que vaya firmado por los muy taquilleros hermanos Russo. Ambos, por cierto, no fueron la primera opción para rodar la peli, sino el argentino (afincado desde hace años en los USA) Andy Muschietti, que finalmente se ha quedado solo como uno de los ¡30! productores o productores ejecutivos: ¿qué pasa últimamente que para hacer cualquier película costeada hacen falta más productores que actores con frase? Un misterio...
Estamos entonces ante una película entretenida, amena, que habla de la posibilidad de que inteligencias humanas y artificiales actúen juntas y coordinadas contra un enemigo común. Entretenida, sí, pero nada del otro jueves, temáticamente más bien inane, costosísima, como hemos comentado (el dinero se habrá ido en FX mayormente, porque no parece que los cachés de Pratt y Brown sean los de Cruise o Kidman...), pero en la que se echa en falta esa pulsión reflexiva de la buena ciencia ficción (recordar 2001, una Odisea del Espacio o Blade Runner quizá no sea ocioso), discurriendo ésta más bien en el tono más bien infantiloide del género que podría representar la saga Star Wars, pero en una retrofuturista clave “vintage”.
En todo caso, quedan algunos apuntes curiosos, como una cierta mirada marxista desde el punto de vista de los robots que se alzan en armas contra sus creadores, hartos de que estos los esclavicen y los ninguneen, en una película que, evidentemente, habla también de uno de los miedos recurrentes de nuestro tiempo (y en eso tenemos donde escoger...), el miedo a que tecnologías como la Inteligencia Artificial, nos desplace como especie dominante de la Tierra. En ese sentido, la peli apuesta más bien por la alianza de las dos inteligencias, humana e IA, contra aquellos que pretenden sojuzgar a ambas, aquí un magnate de las TIC o empresas tecnológicas, una especie de mescolanza de gurús como Jobs, Zuckerberg, por supuesto Musk... que se presenta como el clásico Mad Doctor, ese Doctor Loco de larga tradición en la literatura y el cine de aventuras.
Hay, es cierto, una evidente llamada final a la regeneración, algo que desde luego resulta muy apropiado en estos tiempos convulsos y confusos. Pero, eso sí, nos parece que al guión le ha faltado darle alguna vuelta más, parece estar elaborado apresuradamente, como si fuera el resultado de una tormenta de ideas sin pulir ni desbastar, con una historia bastante elemental, trufada de guiños cinéfilos, homenajes varios y toneladas de nostalgia de corte ochentera y noventera.
El espectador, si le place, puede dedicarse, aparte de seguir la entretenida pero no especialmente distinguida historia, a ir descubriendo los guiños, toques y tributos cinéfilos que van apareciendo a lo largo de la trama, desde Terminator a Indiana Jones y el templo maldito, desde Guardianes de la Galaxia a la televisiva serie El fugitivo, desde los wésterns de John Ford (con esos macizos rocosos de Nuevo México), hasta Mazinger Z e incluso el clásico King Kong... Pero si hasta el “outfit” del personaje de Chris Pratt (que se llama Keats, como el poeta inglés...), recuerda poderosamente, aunque con manga corta, al de Han Solo en La guerra de las galaxias...
Además de esta nutrida tanda de referencias cinéfilas hay también una cierta veta humorística, un poco en línea con la de la mentada saga Guardianes de la Galaxia, mayormente porque la lleva a cabo el personaje de Pratt, también presente en la saga marveliana, cuyo personaje, el mentado Keats, es un antihéroe, un tipo dedicado al comercio ilegal, un estraperlista marrullero y más bien cobardica, al que el fregado al que se ve abocado le viene grande, aunque el hombre hace de tripas corazón (todo un clásico...). Eso sí, el “look” capilar que luce durante la primera parte hace que el film sea desde ya firme candidato al Premio Razzie a la Peor Peluquería... En el apartado de humor habría que incluir también en la banda sonora el famoso toque de corneta del Séptimo de Caballería, cuando llegan los buenos a auxiliar a los suyos, y la Cabalgata de las Walkirias, que por supuesto remite directamente a Apocalypse Now, en la batalla final entre los protas contra los robots dirigidos por control remoto por los soldados humanos desde sus casitas, en el braserito...
Un plano final sugiere una posible continuación, en una película en la que, ciertamente, los intérpretes tampoco han tenido que tirar mucho de “método” ni de ninguna escuela de actuación: Millie Bobby Brown, la famosa adolescente de Stranger Things, y Chris Pratt, el tipo gordo que encanijó y se convirtió en estrella, hacen su trabajo aseadamente, y poco más (tampoco se les pedía otra cosa, es cierto...). Del resto nos quedamos, como siempre, con ese gran secundario que es Stanley Tucci, al que no recordamos ningún personaje que no haya bordado...
(16-03-2025)
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