Pelicula:

CINE EN SALAS


Es posible que la clave de esta Flow esté en las declaraciones a la prensa de su director, el letón Gints Zilbalodis (Riga, 1994): “El realismo 3D ha alcanzado su cima, tomemos otra dirección” (eldiario.es, 24-01-2025). Y así es: ves las últimas películas de, por ejemplo, Pixar (Del revés 2, Elemental, Lightyear...), y te das cuenta de que ahí ya hay poco que rascar en cuanto a la perfección del dibujo digital. Llegado a este punto, y aunque es obvio que se seguirá intentando perfeccionar lo que ya parece imposible de mejorar desde un punto de vista estético, ¿no es lógico que la animación en 3D busque otros caminos que no sean el de la exquisitez, el de la excelencia en el trazo digital? Pues esa es la línea por la que ha tirado Gints, haciendo de la necesidad virtud, dado que, por supuesto, la animación digital de películas como las citadas requieren de decenas de millones de dólares, inalcanzables para los modestos estudios de otros países.


De esta forma, Zilbalodis ha optado por hacer lo que mejor sabe, que es optimizar al máximo los escasos recursos con los que ha contado, tanto en esta peli como, sobre todo, en sus anteriores y tan magros empeños audiovisuales. Formado en su país, en la Escuela Superior Janis Rozentals de Riga, filmó su primer corto en 2010, cuando tenía solo ¡16 años!, que ya es precocidad; desde entonces ha rodado seis cortometrajes, todos ellos con títulos de una sola palabra: Rush, Aqua (por cierto, quizá un bosquejo de este Flow, con un gato, una Tierra inundada, una barca en la que sobrevivir, una ave que lo ayuda...), Priorities, Followers, Inaudible, Oasis. Su primer largo sería Away (2019), también con una sola palabra en el título, como esta Flow, una costumbre del cineasta que los distribuidores españoles se han cargado añadiéndole Un mundo que salvar (una apostilla errónea, además, porque aquí no hay ningún mundo que salvar...). Toda esa filmografía participa de algunas premisas comunes, desde los escenarios necesariamente naif (pero tan bien aprovechados) hasta un humanismo que lo trasciende todo, que lo impregna todo, que lo inunda todo, ya sea en sus films solo habitados por animales (Aqua) como en los otros en los que participan tanto animales como seres humanos. Otra de las características más relevantes es, desde luego, el hecho de que los seis cortos y su anterior largo estén realizados, en absolutamente todas sus funciones, por el propio Gints, en lo que viene a ser lo más parecido a un hombre-orquesta (por cierto, todos sus cortos están disponibles en YouTube, pudiendo encontrarlos simplemente escribiendo el título seguido del nombre del director, Gints Zilbalodis).


Flow presenta una historia que bien podría calificarse como postapocalíptica: conocemos al gato protagonista, un gato negro de profundos ojos amarillos, un minino que vive en una vivienda que parece abandonada; tras arrebatar ladinamente un pescado a una manada de perros y ser perseguido por estos, todos huyen ante una tremenda estampida de ciervos que preludia una gigantesca ola como de tsunami que lo inunda todo, convirtiendo la Tierra en un inmenso mar sin fin que cubre incluso las zonas más altas. A partir de ahí, el gato habrá de intentar sobrevivir a toda costa, para lo que, quizá contra toda esperanza, tendrá que aprender a colaborar con otros animales en pos de un único objetivo: vivir un día más, una hora más, siquiera un minuto más... 


La prodigiosa película de Zilbalodis, que ahora sí se ha reunido de un cierto equipo para rodarla (a pesar de lo cual se ha reservado las funciones de guion, director, músico, montador, director de arte, coproductor y director de fotografía...), juega a fondo dos bazas: una, la formal, para lo que (por decirlo con otra frase hecha española, “a la fuerza ahorcan”...) ha utilizado un software de uso libre, Blender, que permite el dibujo digital de forma totalmente gratuita. Por supuesto, la calidad del dibujo está a años luz del de, por ejemplo, Pixar o DreamWorks, pero, ¿y si eso lo jugamos a favor? Esa es la apuesta de Gints, como ya hemos visto que, indirectamente, venía a decir en prensa: esas imágenes imperfectas podrían ser el equivalente a, en pintura, el impresionismo, que no busca acercarse a la realidad sino dar una cierta “impresión” de esa realidad, producir sensaciones antes que certezas: otra forma de arte, en definitiva.


Por ese camino Gints consigue que su película tenga una apariencia como de sueño, a ratos como de pesadilla, en la que no se busca el realismo sino casi un onirismo teñido de un tono como mesmérico. Y ahí es donde aparece la segunda baza, la del fondo, con una historia postapocalíptica narrada en clave claramente simbólica, en la que los elementos bíblicos, por ejemplo, están a la vista de todos: esa barca con varios animales de distintas especies, como si fuera una versión en miniatura del arca de Noé, que funcionará de nuevo como nave salvadora, como en el Diluvio Universal; o esa gigantesca ballena que, a la manera del episodio bíblico de Jonás, también socorrerá indirectamente a nuestro gato protagonista; o, ya en un nivel de cuasi abstracción (en un tono que aparece a ráfagas en la historia...), con esos gigantescos peñascos con forma como de dedos, alzados hacia el cielo, últimos vestigios de la tierra firme que quedarían en el planeta, unos peñascos con forma de torre como... sí, como de Babel... 


El film es a la vez complejo y sencillo: complejo si quieres dejarte concernir por los muchos mensajes que Zilbalodis deja en sus imágenes, con esa llamada a la colaboración entre gente dispar, animales tan distintos como el gato protagonista, o el entrañable perro labrador, o el lémur como un Diógenes de cola rayada, o el narcoléptico carpincho o capibara (como un castor, pero más grande, y sin la poderosa cola de su primo), incluso el majestuoso y aparentemente altanero secretario (una zancuda con instintos de depredador, como un águila o un halcón). Todos ellos habrán de aprender, como si fueran los humanos a los que, probablemente, representan, que en situaciones de crisis hay que arrimar el hombro y entender que las diferencias se vuelven insignificantes cuando el valor a preservar es el de la mera vida, sin la que todo lo demás está de más. Pero es también un film sencillo: si el espectador quiere quedarse en su trama superficial, la de las trepidantes aventuras del gato protagonista y sus amigos de cuatro patas (bueno, menos el lémur y el secretario, que van sobre dos...), esas peripecias le colmarán, sin que precise nada más. 


Pero, evidentemente, lo más interesante es ese aliento humanista que atraviesa la película, representando los animales, cada uno a su manera, ese ideal humano que tiende hacia los valores compartidos, valores de generosidad que no buscan recompensa sino contribuir al bien común: la compasión por el desvalido, la utilización de las cualidades de cada uno para servir a los intereses de la comunidad, el arriesgado esfuerzo en comandita para salvar la vida del prójimo, que ha dejado de ser un extraño para convertirse en alguien no solo conocido, sino quizá incluso amado.  


Bellísima en su imperfección a ratos incluso naif, aunque el movimiento está espléndidamente conseguido, Flow es, también, una película de una estremecedora capacidad para conmover: quizá sean esos límpidos ojos amarillos del gato, con su maullido siempre en do menor; quizá sea ese entrañable perro labrador, siempre buscando infantilmente el juego con sus compañeros, pero también el primero en poner su vida en peligro para salvar la del amigo, contradiciendo su instinto de depredador; quizá sea ese secretario que se enfrenta desventajosamente a su líder para salvar la vida del asustado minino; quizá sea esa escena, ya en la cima del gigantesco dedo que pareciera rascar el firmamento como anhelaba hacer la torre de Babel, cuando se abre el cielo y el ave es como abducido, en lo que tal vez sea una metáfora de la muerte, que se haría así presente en una historia en la que, por supuesto, ronda constantemente.


Estaríamos entonces ante una variante de la fábula literaria, en la que los animales no hablan ni se yerguen sobre sus patas posteriores como las bestezuelas parlantes imaginadas por Esopo o Samaniego, sino que, a su manera, son ellas también humanas pero no antropomórficas, rabiosamente animalescas pero, a la vez, apenas velados trasuntos de ese “homo sapiens” a cuya especie pertenecemos, esa especie tenazmente empeñada desde hace tanto tiempo en exterminarse a sí misma y, ya de paso, al planeta. 


Un planeta que aquí es la desolación del apocalipsis acuático: un mundo ya sin presencia humana, donde solo algunas de sus obras (esas barcas abandonadas en las que algunos animales sobreviven, o malviven), alguna vivienda ya desconsoladamente desierta, dan idea de que alguna vez existió sobre la faz de la Tierra una arrogante raza que se creyó superior a las otras, y que, queriendo sus especímenes convertirse en dioses, cavaron su propia tumba.


Hermosa, a ratos portentosa película, en la que no se dice una sola palabra, pero en la que sus animales protagonistas sí que maúllan, o graznan, o ladran, o bufan (casi todos ellos, por cierto, “doblados” por auténticos animales, de los de verdad...), y que se sigue perfectamente, sin que se eche en falta un hilo conductor hablado. 


(30-01-2025)


 


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85'

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Flow, un mundo que salvar - by , Jan 30, 2025
4 / 5 stars
Una bellísima fábula humanista