CINE EN PLATAFORMAS
ESTRENO EN NETFLIX
El cine que toca el tema de las personas afectadas por el llamado síndrome de Asperger (personas con un trastorno del desarrollo que afecta a su capacidad para interactuar con normalidad con otras personas) ha sido afrontado por el cine y la televisión solo desde hace un par de décadas; antes parece que, o no era bien conocido, o no se consideraba, como temática, interesante para el gran público. Todo ello cambió, evidentemente, con el éxito mundial de la serie The big bang theory, uno de cuyos personajes, el físico Sheldon, estaba afectado por ese síndrome, y el actor que lo interpretaba, Jim Parsons, lo convirtió en un auténtico icono, hasta el punto de que, al marcharse éste, la serie fue cancelada: Big bang sin Sheldon era como la serie cinematográfica Misión imposible sin Tom Cruise… A raíz de ese gran éxito se han hecho otros audiovisuales centrados en personajes afectados por este síndrome, como la serie Frágiles (2012), de Mediaset, cuyo personaje (en principio episódico) Lola, convincentemente interpretado por Ruth Núñez, se convirtió en la revelación del producto. También Francia ha echado su cuarto a espadas con el film Pastel de pera con lavanda, y la televisión norteamericana ha retomado el tema, pero ahora en serio, en la exitosa serie Atípico.
Ahora es la cinematografía argentina la que afronta el tema en este Goyo, dramedia romántica dirigida por Marcos Carnevale (Inriville, República Argentina, 1963), un ya veterano guionista, productor, director publicitario y de televisión y cine; Marcos comenzó en la realización cinematográfica en 1997, y lo cierto es que, con el tiempo, ha ido mejorando a ojos vistas, porque alguna de sus pelis de aquella primera época, como Almejas y mejillones (2000) era rigurosamente infumable; pero el tiempo y las tablas lo han ido fogueando con títulos más aceptables, como Corazón de león (2013), Inseparables (2016) o El fútbol o yo (2017). Este Goyo, sin ser la octava maravilla, confirma la positiva evolución de Carnevale como un sólido profesional de cine comercial que no desdeña dar algunas pinceladas en temas controvertidos.
La acción se desarrolla en nuestro tiempo, en la capital bonaerense. Conocemos a Goyo (Gregorio), un guía del museo de Buenos Aires, alrededor de los 35 años, afectado por el síndrome de Asperger; vive (muy bien) en un casoplón junto con su hermana Saula, afamada concertista de piano, que ejerce un poco la función de superprotectora madre o tutora del hermano, dados sus problemas relacionales y emocionales; y con su hermano Matías, al que todos llaman Matute (no sabemos por qué…), prestigioso chef (en esa familia nadie es cajero del Carrefour o similar…), que juega el papel contrario en la familia, intentando dar alas a Goyo para que vuele solo. Un día nuestro protagonista ve en la calle, bajo tremendo aguacero, a una mujer peleándose con su paraguas, que termina (lo han adivinado…) en la papelera… Algo más tarde la ve en el museo en el que Goyo trabaja, y es que la fémina ha sido contratada como vigilante de seguridad del recinto. Goyo se siente fascinado por la mujer, Eva Montero (siempre la llamará así, con nombre y apellido, incluso cuando ambos lleguen a estar juntos en la cama, no precisamente durmiendo…), unos veinte años mayor que él, y con una vida personal tirando a catastrófica: casada con un tipo que, sin ser malo, sí es desastroso, sin oficio ni beneficio ni aportar al hogar más que problemas que él mismo se busca; la mujer tiene un hijo adolescente, consecuentemente rebelde, y un niño más pequeño al que está muy unida. Esta pareja al que ella se siente en principio renuente por su caótica vida personal, sin embargo, contra toda esperanza, parece que se encarrilará… parece…
Como es de cajón en este tipo de films con personas con Asperger, el guionista y director se cuida mucho de que pronto sepamos que lo es sin prácticamente tener que decirlo (aunque en algún momento se verbaliza): su aspecto hierático, su manía por contarlo todo, como los peldaños de las escaleras, su escasa por no decir nula afectividad, al menos externa, su dificultad para entender las metáforas y las frases hechas… Una vez situados, se nos presenta una historia romántica ciertamente de ribetes clásicos, con chico que conoce a chica, solo que él tiene problemas relacionales y ella de otro tipo, pareciendo que ambos no tienen nada en común, aunque quizá sí (esto parece que lo ha escrito un gallego…); como buen film romántico, tendrá su ruptura y, claro está, su reconciliación, aunque ésta quede en un ambiguo final en el que, en realidad, no sabemos si la relación seguirá mucho más allá, vistas las diferencias vitales entre ambos.
Gusta moderadamente el film por, a pesar de ser, en el fondo, una convencional historia de amor, estar trufada de elementos disonantes sobre los clichés habituales en este tipo de relatos, como los caracteres tan dispares de ambos, en especial de él, con su síndrome de Asperger, pero reivindicando con este personaje el derecho que también tienen las personas afectadas por ese trastorno a amar y a ser amadas; por parte de ella, lejos de la tópica chica joven y mona, es una mujer madura con todos los problemas del mundo, pero que encuentra en este treintañero quizá la pareja perfecta, porque, como dice en un momento dado, “él nunca miente, y también es incapaz de hacerte nada malo”. Acostumbrada a los palos que da la vida, especialmente a las personas de su clase social media-baja, sabedora de que, como también afirma, nunca le fue bien con ningún hombre, Eva Montero (ya que estamos, la llamaremos también así) encuentra en este Goyo hierático, maniático hasta la extenuación, pero también de alma transparente, lo más parecido al remanso de paz del que nunca disfrutó.
Hay otros detalles que se apartan de la tópica historia romántica, como el hecho de que el personaje de Goyo se masturbe (inequívocamente, aunque en off, por supuesto: esto es cine familiar…) mirando una imagen de su amada, o las conversaciones subiditas de tono con el hermano Matute, hablando de la posibilidad de tener sexo con ella, cuando están preparando la primera cita de ambos.
También gusta que, siendo Goyo un forofo de la pintura de Van Gogh, Carnevale juegue con esa idea, de tal manera que, cuando vemos en pantalla las emociones del protagonista, el director las presenta con imágenes que recuerdan poderosamente, por el trazo, los colores y el aspecto de las pinceladas, a algunos de los cuadros del pintor holandés; de igual manera, cuando por fin los dos hagan el amor, la imagen siguiente será uno de esos cuadros vangoghianos “animados”, en el que, como dice Goyo, los colores fluyen, quizá como máximo exponente de la felicidad para él.
Formalmente hablando Carnevale se muestra ya como un cineasta seguro, imprimiendo al film una narrativa sobria, al servicio de lo que se está contando, sin extravagancias ni “artisteces” (perdón por el palabro que me acabo de inventar, pero que parece evidente en su significado), con algunos buenos golpes de guion, que cuenta con correctos diálogos, en una historia contada con sensibilidad y tacto. Utiliza, con buen criterio, el primerísimo plano para presentar los trances de crisis de Goyo, lo que confiere el adecuado y conveniente dramatismo a esas escenas, el rostro desencajado, la imposibilidad de entender lo que le está sucediendo y poder racionalizarlo. También es interesante el recurso de presentar varias veces a Goyo sumergido casi hasta el ahogamiento en la piscina, como forma de aislarse de un mundo que no comprende y del que, de vez en cuando, necesita desconectar allí abajo, donde no hay nadie, donde los posibles ruidos que le llegan lo son de forma muy amortiguada.
La película tiene unas secuencias, ya en su segunda mitad, en la que aparece el personaje de la madre de Goyo, una madre de las que antiguamente se llamaban “desnaturalizadas”, porque prefirió vivir su vida antes que encadenarse a un hijo con el que, por su trastorno, no conseguía conectar de forma alguna. Esa parte del film, en principio, parecería innecesaria porque no aporta nada al meollo de la historia, si bien es cierto que permite al director hablar de esa figura, esa “madre desnaturalizada”, en una escena en la que la mujer (estupenda Cecilia Roth) se abre metafóricamente en canal, reconociendo todos sus defectos, en una escena de gran intensidad dramática que humaniza al personajes y nos permite comprenderla, aunque quizá no justificarla (cosa que ella en ningún momento intenta, dicho sea de paso…).
En el apartado de la interpretación, el protagonista, Nicolás Furtado, hace toda una creación: era difícil porque el antecedente más conocido de un Asperger, el Sheldon Cooper de Big bang, parecía haber instaurado un canon, pero aquí el actor argentino ha sabido dotar a su personaje de una personalidad propia, a lo que desde luego ayuda el hecho de que se trata de un drama y (casi) nunca una comedia. Buen trabajo también de su dispar (en todos los sentidos) “partenaire”, Nancy Dupláa, que ha actuado tanto para Carnevale que se puede decir de ella que es su “actriz-fetiche”.
(13-07-2024)
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