Pelicula:

Sigue el barcelonés Jaime Rosales haciendo su cine tan particular, tan a su manera, tan distinto de prácticamente todo el cine español de nuestro tiempo. Si hubiera que citar algún antecedente de Rosales, quizá habría que hablar del cine de Francisco Regueiro, un director insobornable que hacía exactamente el cine que quería, con escasos medios y sin pararse en ningún tipo de condicionamiento comercial.

Tras debutar con la interesante aunque quizá algo insuficiente Las horas del día (2003), Rosales dio la campanada al ganar 3 Goyas con La soledad (2007), entre ellos los de mejor película y director; con Tiro en la cabeza (2008) echó su cuarto a espadas sobre el tema del terrorismo, y con Sueño y silencio (2012) planteó uno de sus temas predilectos, la familia, los muy diversos problemas que pueden suscitarse en el seno del clan familiar.

En esta Hermosa juventud Rosales fija el tiro en esa juventud del título, la que seguramente fue la peor parada del período de crisis mundial (especialmente dura en España) que empezó con la caída del gigante financiero Lehman Brothers, en 2008, y que, en puridad, cuando afrontamos la década de los años veinte del siglo XXI, aún no se ha terminado, aunque es evidente que se ha mejorado en muchos aspectos. Pero no en lo tocante a la juventud, y en especial a esta juventud aquí retratada, una juventud de familias pobres, con frecuencia desestructuradas, con escasa formación y menos recursos, que pueblan las barriadas antiguamente llamadas obreras y que ahora podrían llamarse perfectamente lumpen, cuando no degradadas.

Rosales nos presenta en pantalla fundamentalmente a dos personajes: Natalia, veinteañera, que vive con su madre divorciada (el padre tiene escaso contacto con su antigua familia, habiendo formado una nueva), con su hermano adolescente, también con problemas de rebeldía, como es habitual en ese estadio de la vida, aunque en este caso quizá acentuado; y su hermana pequeña, una niña de quizá seis o siete años. Natalia está ennoviada con Carlos, que vive con su madre, quien tiene serios problemas de movilidad por una obesidad mórbida que le impide desplazarse con facilidad. Ambos sueñan con tener recursos económicos para poder irse a vivir juntos, pero entonces Natalia se queda embarazada; en principio, la chica piensa en abortar, pero no lo tiene demasiado claro...

El retrato de Jaime Rosales sobre esta juventud hodierna es demoledor. Como suele hacer en sus películas, el guionista y director nunca plantea sus obras en términos de buenos o malos, no hay Bien ni Mal, sino personas que intentan salir adelante como pueden, afrontando sus dificultades, que en este caso son fundamentalmente económicas; en este sentido, el director actúa como un entomólogo, mostrando sus criaturas, sus comportamientos, sin tomar partido, aunque no sería justo no reconocer que los mira con complicidad, como comprendiéndolos en su ruina. La precariedad en los empleos, cuando se consiguen, los escasos salarios, la discontinuidad que impide cualquier tipo de proyecto de futuro, son algunos de los temas de este percutante, doliente, lacerante drama familiar, pero no los únicos: cuando surgen los problemas económicos llegan también otros, que hacen distanciarse a los amantes, que empiezan a sembrar dudas en una relación hasta entonces sin fisuras.

Rosales, fiel a su idea de realizar cada película con un tratamiento formal distinto, aquí aplica el principio de cotidianidad, casi de amateurismo, con una fotografía deliberadamente plana, chata, buscando un cierto feísmo que nos acerque a la realidad más bien atroz de esta pareja que no puede hacer lo que cualquier pareja ansía, vivir juntos, criar a su prole, tener una vida corriente y moliente. También es llamativa la forma en la que el director encuadra con frecuencia a sus personajes, sobre todo a los integrantes de la pareja protagonista, con planos en los que parte del cuadro está ocupado por una pared, estando el tiro de cámara colocado desde otra habitación y alguno de los personajes en off, buscando una sensación de incomunicación que, de alguna forma, recuerda vagamente el cine del Antonioni más clásico, sin por ello querer decir que Rosales haga seguidismo del maestro italiano, porque no es el caso: su cine, su forma de rodar, es absolutamente autónoma y original.

Film desalentado, como casi todo el cine de Rosales, Hermosa juventud nos pone frente al nada complaciente espejo de la sociedad menos brillante, de las clases menos boyantes, las que tienen problemas para llegar a final de mes, las que acaso son conscientes de que no habrá un mañana mejor que el hoy que padecen, a pesar de lo cual siguen adelante contra toda esperanza.

Gran trabajo de Ingrid García Jonsson, la sueco-sevillana de notable talento, superior a Karlos Sastre, que aquí aún aparecía en los créditos como Carlos Rodríguez, que nos parece más endeble que su “partenaire” en el film. Como curiosidad, aparece el pornógrafo Torbe, autointerpretándose, cuando la parejita, intentando salir del marasmo económico que la asuela, accede a hacer un vídeo porno de estilo amateur, tema que volverá a aparecer al final de la película, como símbolo de que la trayectoria de los protagonistas, lejos de mejorar, tampoco lo hace, ni siquiera en ese nuevo Eldorado al que llaman Alemania.

También debe reseñarse el trabajo del director de fotografía, el catalán (afincado desde hace años en Málaga) Pau Esteve Birba, un trabajo que huye voluntariamente de cualquier preciosismo para presentarnos, como se ha comentado, los colores desvaídos de la cruenta realidad de una juventud sin horizonte.

(08-02-2020)


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102'

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Hermosa juventud - by , Feb 08, 2020
3 / 5 stars
Un espejo nada complaciente