Pelicula:

El segundo largometraje del barcelonés Jaime Rosales, tras la interesante, atípica Las horas del día (2002), fue este ascético drama que, contra todo pronóstico, se alzó con el Goya al Mejor Director. Y, ciertamente, fue un premio más que merecido, porque La soledad es un ejercicio de cine de primerísima calidad, ajeno a cualquier tipo de componenda comercial, un cine austero, de una sobriedad espartana, cine hecho desde la observación de la gente de a pie, una mirada sobre personas corrientes y molientes, sobre sus vidas y sus pequeñas miserias y alguna grandeza.

Cine que se aleja entonces del arquetipo del triunfador para hacer que nos miremos en el espejo; porque los personajes de Rosales siempre son gente vulgar, aunque a veces hagan cosas excepcionales, que no quiere decir que sean positivas: el asesino en serie de Las horas del día era un tipo de lo más ordinario: lo que lo hacía extraordinario, para mal, era su obsesión por inferir la muerte al prójimo; el terrorista de Tiro en la cabeza (2008) es también un tipo de lo más corriente, solo que resulta ser un matarife de ETA sin asomo de piedad. Aquí, en La soledad, se acentúa ese tono casi costumbrista, centrándose en dos grupos familiares, por un lado el de una madre, ya anciana y con pareja (se intuye que tras morir el marido), y sus tres hijas, cada una con su vida: una casada y dos solteras, una de las cuales ha de superar un cáncer que se le ha diagnosticado. Por otro lado, una chica recién divorciada, aunque el exmarido quiere que lo vuelvan a intentar, marcha con su bebé de pocos meses a Madrid, buscando nuevos horizontes y también poner tierra de por medio con su ex. Pero en la capital le espera la tragedia...

Formalmente, llama la atención en La soledad el reiterado, pero muy justificado, recurso de Rosales a la llamada polivisión o pantalla dividida en varias imágenes distintas. Por supuesto, Rosales no inventa nada, ni lo pretende: ya en los años veinte Abel Gance utilizó esa técnica en su megalómana Napoleon (1927), y Brian de Palma también la usó con fruición y buen sentido en varias de sus primeras películas, como Carrie (1976) o Vestida para matar (1980). Pero la utilización del recurso se nos antoja muy plausible. Rosales usa la polivisión para darnos dos imágenes de una misma escena, bien con los rostros de dos personajes que hablan entre sí, o se mueven dentro de su mismo plano, mientras dialogan, o hacen cosas fútiles, o cotidianas.

Esa diversa perspectiva enriquece dramáticamente lo que se nos cuenta, con matices en los rostros de los personajes, que permite eliminar la inevitable elipsis impuesta por el plano/contraplano. La utilización alcanza su mayor virtuosismo en la escena de la muerte de la madre anciana, rodada con un despojamiento absoluto, una de las muertes más calladas, y a la vez más tremendamente trágicas, que se nos haya sido dado ver en una pantalla. Y todo ello formalmente con una puesta en escena muy clásica, con tiros de cámara sencillos, sin rebuscamientos, con encuadres naturales aunque en buena medida se puede decir que hay cierto regusto arquitectónico a la hora de encuadrar los planos, incluso los más simples que transcurren en los modestos hogares de clase media de los protagonistas.

Los diálogos son de una naturalidad desarmante, convirtiéndose en una de las bazas del film, en una historia en la que incluso las mayores tragedias están dadas "sotto voce", sin histrionismos ni histerias: solo el rostro estragado de los supervivientes de las mismas, de los dolientes de los seres queridos muertos, en escenas cotidianas, banales, nos dará una sutil idea de su sufrimiento atroz, tan hacia adentro, tan lejos de los llantos de plañideras a los que nos tiene acostumbrado el cine adocenado.

Hay también una búsqueda del realismo de cada día en los enfrentamientos de los personajes por cuestiones baladíes, o que lo parecen, como la estrategia de una de las hermanas para que la madre venda el piso y le pueda dar la entrada para la vivienda de veraneo que quiere comprar su familia, pugna que destapa las rencillas que todo clan guarda en su seno.

Contada por capítulos, La soledad es cine experimental, cine poco convencional pero de gran tono cinematográfico, una historia que habla de esa soledad que no sabe su nombre, la soledad de quien ha perdido lo más preciado de su vida, la soledad de quien se siente sola aunque teóricamente estén ahí las hijas que pugnan sordamente por repartirse la herencia incluso antes de su muerte. La polivisión aporta una mirada modernísima; aunque el recurso no lo sea, su utilización es tan rara hoy día, para no "molestar" al perezoso espectador, que usarla como hace Rosales es revolucionario. Y eso que, curiosamente, la polivisión lo que hace en este caso es aportar más información, más elementos de juicio para el público, aunque también es cierto que la peculiar forma en que lo hace Rosales, con un doble plano de una misma situación, a ratos da a la polivisión un aspecto como cubista, que, ciertamente, la hace aún más atractiva, aunque también menos convencional y, por ello, menos accesible para el gran público. Pero está claro que hacer concesiones a la galería no está (afortunadamente...) entre los defectos del cineasta catalán.

Gran trabajo actoral, un reparto coral en el que, si hubiera que destacar a alguien, sería a la veterana Petra Martínez, absolutamente extraordinaria, una actriz con una gran capacidad para comunicar emociones con una notable economía de medios.


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135'

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La soledad - by , Aug 12, 2018
4 / 5 stars
La vida misma