Pelicula:

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Philip Barantini es un actor británico (Liverpool, 1980) que lleva haciendo películas y series delante de la cámara desde finales del siglo XX, pero que desde hace un par de años, en 2019, ha iniciado una interesante carrera también como director. Su cortometraje Boiling Point (2019) llamó poderosamente la atención, no solo por estar rodados en un solo plano (lo que los anglosajones llaman “one-shot”) los 22 minutos que duraba, sino por el marco, un restaurante de postín y lo que acontece en él, en torno al chef, los empleados del establecimiento y los clientes. Barantini tiene dicho que no ha hecho este largometraje ahora como resultado de aquel éxito, sino que el corto era una preparación, una tarjeta de visita para hacer este largo, que era realmente lo que le interesaba.

Ciertamente, el cine hecho en un único (y teórico) plano secuencia no abunda, por obvias razones; en tiempos analógicos, porque las bobinas de celuloide no pasaban de los 10 minutos, motivo por el que Hitchcock hizo La soga  con nueve planos secuencia pegados, arteramente unidos aprovechando “negros” como la espalda de un actor o la parte trasera de un sofá. Ya en estos nuestros tiempos digitales se han hecho algunos muy famosos, como Birdman, de González Iñárritu, y no digamos 1917, de Sam Mendes. Aun con las actuales facilidades para rodar (supuestamente) de un tirón  hora y media o más, es evidente que el esfuerzo es titánico, y no es extraño que no menudeen este tipo de rodajes. Barantini lo ha hecho, y se puede decir que ha aprobado, aunque tampoco que haya conseguido hacer una obra maestra.

La historia se ambienta en un reputado restaurante londinense la noche de Navidad. Vemos llegar al establecimiento al chef, Andy Jones; intenta disculparse por teléfono con su exmujer por no haber podido llamar al pequeño de ambos, Nathan. Ya en el restaurante, se encuentra con la visita del inspector de salud ambiental, que ha detectado algunos errores y omisiones en los libros de registros. La noche se presenta cargadita, porque la hija del dueño, que es quien lleva la dirección del restaurante, ha excedido el número de reservas, por lo que se enfrentan a la tarea de dar de comer a 100 comensales. Entre estos se encuentra Alistair, antiguo jefe de Andy, con el que este mantiene algún tipo de sordo enconamiento, y una famosa crítica gastronómica. El local se empieza a llenar, y pronto nos damos cuenta, por lo que dicen algunos de los empleados, que las tareas encomendadas a Andy, en los últimos tiempos, están dejando bastante que desear...

Tiene dicho Barantini que, además de actor, durante varios años tuvo que ganarse el pan en otros oficios, fundamentalmente en restaurantes, pasando por casi todos los puestos, desde camarero a jefe de cocina. Así que el actor y neófito director conoce el paño, y se nota. Porque su película, aparte del particular descenso al infierno de un hombre, el chef, sumido en una espiral de degradación, aunque aparentemente parezca como siempre, está sembrado de retratos que, a la manera de apuntes del natural, se aprecia que están más que fundamentados en casos que le han ocurrido al director a lo largo de los años en los que se desempeñó entre fogones, manteles y cubiertos. Porque el film es, en buena medida, un caleidoscopio humano, tanto de los clientes como de los empleados del restaurante. Entre los primeros habrá tipos como el que enseña crípticamente la execrable patita racista cuando a la blanca camarera que les comenzó a servir la sustituye otra morenita, o los imbéciles “influencers” (uy, perdón por la redundancia...), analfabetos gastronómicos, que abusan de su supuesta posición de poder ante las empleadas, o el chef supuestamente amigo que viene a comer con una crítica gastronómica, que parece muy buen tío aunque realmente sea una mala bestia; entre fogones también habrá lo suyo: el lavaplatos con más cara que espalda, experto en escaquearse de mala manera, pero que es un tío con muy buen rollo (ejem...), el ayudante de pastelería con antecedentes de intento de suicidio (lo que da lugar a una de las más emotivas escenas del film), la inmigrante del Este de Europa, al borde de un ataque de nervios, embarazada y fregando más platos que nunca por el escaqueo del tío del buen rollo, los camareros, chico y chica, ennoviados y que no pierden ocasión para sus cositas románticas, el ayudante del chef, volcánico y visceral, que pierde los estribos con facilidad... todo un mundo, retratado por quien está claro que ha visto a toda esta fauna antes, y la conoce a la perfección.

Como queda dicho, estamos ante el drama personal de un hombre al borde del abismo, al que su mundo personal se le desmorona con el divorcio, con el alcoholismo y la drogadicción, todo lo cual repercute en su profesión y en sus compañeros. La película transmite bien la tensión de un establecimiento como este, un restaurante de postín con problemas con el personal y, sobre todo, con el principal responsable del mismo, el chef.

Formalmente, Barantini se ajusta a las limitaciones impuestas por el plano secuencia; evidentemente, no cabe ser estiloso con esta fórmula. La cámara, manejada en mano, afortunadamente sin temblor, realiza un auténtico “tour de force”, moviéndose por todo el restaurante, la cocina e incluso los aledaños del establecimiento. Aunque teóricamente se trata de un solo plano, en realidad nos parece que, al menos, hay un par de cortes para airear a los actores y al equipo técnico; uno de ellos, el de la escena en la que el lavaplatos más flojo que Bartolo sale a tirar la basura y ya si eso a pillarse un poco de maría, que resulta argumentalmente endeble, al romper el ritmo narrativo, y el otro, mucho mejor, tras la explosión de la segunda chef contra la hija del dueño, cuando ésta se encierra en el baño y permite que, durante unos segundos, la cámara se quede enfocando solo la puerta del excusado con el “closed” bien enhiesto, lo que facilita a Barantini una interesante utilización del sonido en off sin traicionar el plano secuencia, pero también, probablemente, permite un cambio de plano invisible.

El plano secuencia/película, el que ya hemos visto que los anglosajones llaman “one-shot”, es una fórmula muy difícil, muy complicada, entre otras cosas porque requiere que el interés para el espectador no decaiga, y aquí si lo hace en bastantes ocasiones, en especial por los tiempos muertos que se adivina están ahí para “airear” a los actores y permitirles un descanso en la tensión del rodaje continuo, lo que provoca inevitables caídas de ritmo. Estamos, entonces, ante una quizá demasiado arriesgada propuesta, si bien habrá que decir pronto que ello no empece el interés del film, que se sigue en general con agrado (y creciente tensión, como debe ser...).

El cuerpo actoral hace un tremendo esfuerzo; además, habrán tenido que aprender a cocinar exquisitamente y a emplatar bellamente, habilidades de las que seguramente carecían. Especial mención, por supuesto, para Stephen Graham, el talentoso actor de Liverpool, que ha trabajado con Scorsese en películas como Gangs of New York y El irlandés, y que aquí hace toda una creación, en una interpretación hacia adentro.

(14-01-2022)


 


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94'

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Hierve - by , Jan 14, 2022
2 / 5 stars
Actuar y, encima, cocinar y emplatar “delicatessen”