Michelangelo Frammartino (Milán, 1968) es lo que podríamos llamar un artista multidisciplinar: estudió arquitectura en su ciudad natal, para después graduarse en la Cívica Scuola di Cinema Luchino Visconti, también en Milán. Se ha desempeñado como videoartista y como director y guionista cinematográfico, además de como profesor en la citada Scuola que lleva el nombre del autor de El gatopardo. Su carrera como tal no es extensa, solo tres cortos y cuatro largos. A partir de Le quatro volte (2010), Frammartino parece haber encontrado su propia voz, en películas de corte documental, aunque con sus toques de ficción, una ficción imbricada en esa misma “documentalidad”, películas en la que la contemplación le gana la partida de calle a la narración al uso, en las que la etnicidad está por encima de la trama convencional.
La películarecrea la aventura de un prestigioso grupo de espeleólogos del norte de Italia que, en 1961, exploró una cueva en Calabria, al sur del país, en una hazaña ciertamente memorable, llegando a descender hasta más de 600 metros, con lo que aquella caverna (el “agujero” del título original italiano) se convirtió en la tercera más profunda jamás explorada hasta entonces por el ser humano. Simultáneamente conoceremos a un viejo pastor de vacas que guía a sus animales con el sonido de su voz, en hermosas onomatopeyas que parecen proceder del principio de los tiempos. Ambas historias, la de los espeleólogos y la mínima del pastor de vacas de rostro cuarteado como el barro seco, se irán alternando…
Il buco es otra buena muestra de ese cine contemplativo de Frammartino que comentamos, un cine en el que, si fuéramos críticos cínicos, diríamos que se ve crecer la hierba, comentario con el que algunos colegas desprecian el cine francés. Pero no somos cínicos y además nos gusta el cine francés, así que apreciamos este cine distinto, cocinado a fuego lento, donde no pasa casi nada, pero realmente sí que pasa. Pasa la aventura de esos espeleólogos de hace sesenta años, aquí interpretados por otros de nuestro tiempo que no habían nacido (quizá ni siquiera sus padres…) cuando sus homólogos realizaron aquella hazaña, y que aquí, con material de los años sesenta (aunque parece lógico entender que para las maniobras que no se ven en pantalla hayan utilizado instrumentos más modernos), alcanzarán el mismo punto que sus ilustres antecesores. Pasa también que el viejo pastor, esperamos que solo en la ficción, enfermará y entrará en la melancólica dinámica de los últimos días, cuando todo lo que fue dejará de ser.
Cine observacional, entomológico pero con una evidente complicidad del director, que se diría ama a sus criaturas, tiene una envoltura formal preciosista, tan adecuada sobre todo al tramo relativo a la expedición espeleológica, en la que solo se ha utilizado como iluminación (o así lo parece, al menos) las endebles linternas de los cascos de los aventureros en las entrañas de la Tierra, lo que confiere a las imágenes captadas en la cueva una belleza casi irreal, con sus titilantes luces y sombras, con esas paredes calizas permanentemente bañadas en agua, como corresponde a los macizos calcáreos de la meridional región itálica.
Cine distinto, entonces, no apto para espectadores que busquen mero cine comercial, sino cine entre lo antropológico y lo telúrico, donde la Tierra milenaria es algo más que un paisaje neutro.
(07-11-2021)
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