A veces, sólo a veces, alguna película del género de terror hodierno nos interesa; a lo mejor no como una obra maestra, quizá ni siquiera como una gran película; pero tiene detalles que la elevan sobre la acostumbrada molicie creativa en la que el género está instalado desde hace tantos años. Véase esta “Infectados”, que a priori tiene pinta de otra de zombies o asimilados, y que sin embargo se termina definiendo como un drama sobre la pérdida de la inocencia, antes como un metafórico funeral de Peter Pan que como un terror al uso. Y no es que no esté impregnado el filme (estética, argumental, morfológicamente) del tono habitual en el género: esos sustos que se ven venir, tan inevitables como prescindibles, pero de los que nadie prescinde… Pero, entre la ganga del terror que acosa a estos cuatro pánfilos atravesando Norteamérica en busca de un Edén que quizá sólo habita en su memoria, en un país asolado por una pandemia brutal (algo así como una gripe A que hubiera mutado hasta convertirse en un virus extremadamente contagioso y, sobre todo, letal), pronto empiezan a observarse destellos de buen cine. Ya el comienzo promete, con la visión de ese vídeo amateur de la infancia de los dos hermanos en el magnificado Eldorado de sus años tiernos, en la realidad la playa de nuestra infancia, del recuerdo de cuando alguien velaba por nosotros y la vida era juego y ocio sin tasa, cuando el tiempo era elástico; el vídeo está acompañado por una leve, nostálgica melodía al piano, tan suave como plena de saudade, que retornará intermitentemente a lo largo del filme para pespuntear los momentos más lánguidos y dramáticos.
Película itinerante, “on the road”, iniciática (añadan los tópicos de la crítica al uso que quieran), ciertamente hay un camino interior de mayor enjundia, el de estos dos hermanos que se descubren en sus miedos, sus filias, sus agravios acumulados, también en su permanente aunque inesperado amor fraterno, sometido a una prueba de dolor intolerable. Conforme atraviesan el país, dejando tras de sí jirones de su propia esencia, al tiempo que sobreviven a innúmeros obstáculos, los hermanos se irán despojando de aquellos restos de juventud que aún les quedaban, de la memoria de esa Arcadia feliz, de ese territorio de la infancia que terminarán abandonando para no volver jamás.
Progresivamente, “Infectados” va dejando de lado el terror de los contagiados de los que huyen los personajes protagonistas, para centrarse en el propio horror que ellos mismos generan: la supervivencia, esa gran madre, esa gran puta.
El final, infinitamente nostálgico, nos reconcilia con un género tan castigado por el encefalograma plano de tanto realizador adocenado que busca el aplauso fácil de los adolescentes descerebrados (uy, perdón por el pleonasmo…). Para más inri, que Álex y David Pastor, los autores de esta interesante muestra del género, sean dos españolitos emigrados a Estados Unidos, reconforta y recuerda que el talento no tiene patria, y que los yanquis, listos que son, lo saben reconocer do quiera está.
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