Definitivamente, a Spike Lee parece que se le ha pasado el arroz. Hubo un tiempo en el que fue el director afroamericano por excelencia, allá por los años ochenta, dándose a conocer con aquella cautivadora, modesta y decididamente hermosa Nola Darling (1986), comedia romántica que en tan temprana época hablaba del concepto de mujer libre, también en el sexo, y del poliamor. Después se especializó en un cierto tipo de cine reivindicativo, consiguiendo con ello su mejor época, aquella en la que planteaba historias de agravios hacia la comunidad negra, infligidos por el sistema blanco. Fueron films combativos como Haz lo que debas (1989), Cuanto más mejor (1990) y Fiebre salvaje (1991). Con Malcolm X (1992), la biografía del célebre líder negro de los años sesenta, asesinado antes que Martin Luther King, llegaría a lo que se puede considerar el culmen de esa etapa especialmente concienciada. A partir de ahí su cine empezó a desinflarse con productos cada vez menos interesantes, a veces incluso con títulos cacofónicos que no eran fácil distinguir unos de otros: Crooklyn (1994), Clockers (1995)... Hizo hasta una incursión en el telesexo con Girl 6 (1996), lógicamente en clave “de color”, por usar el horrible eufemismo que se utilizaba antiguamente para designar a las personas de raza negra.
El siglo XXI no ha sido misericorde con Lee: los títulos directamente olvidables se acumulan: entre otros, Bamboozled (2000), Ella me odia (2004) y Oldboy (2013), este último horrible remake de una obra maestra surcoreana. Su único film reseñable de estas casi dos décadas de la centuria vigésimo primera será entonces Plan oculto (2006), que le muestra como un hábil componedor de thrillers de intriga y acción, aunque no continuó por esa senda.
Ahora nos llega con una historia basada en hechos reales, de nuevo con la comunidad afroamericana en primer término. El film está basado en el libro escrito por Ron Stallworth, quien fuera el primer policía negro de Colorado Springs, en el estado de Colorado, en plena América profunda. La acción se desarrolla a mediados de los años setenta, cuando Ron se infiltra, con el consentimiento de sus superiores, en el Ku Klux Klan local, a través de llamadas telefónicas, si bien cuando tiene que presentarse en persona lo hará a través de otro compañero, Flip, en este caso blanco, aunque judío, lo que habrá de ocultar a sus nuevos “amigos”. Paralelamente, Ron conoce a Patrice, lideresa local del movimiento de liberación negro, con lo que a la vez conocerá tanto las soflamas supremacistas del aberrante grupo racista en el que se ha infiltrado junto a Flip, como las ideas reivindicativas de su comunidad racial. Entre ambos, Ron intentará hacer su trabajo profesional, aunque se siente cada vez más atraído por Patrice...
Infiltrado en el KKKlan (por cierto, horrible título español, de los peores que recordamos) es una interesante aproximación al fenómeno del Ku Klux Klan, si bien en las manos de Lee, que es un acérrimo militante de la causa negra, evidentemente, no se pueden esperar sutilezas en su tratamiento. También es cierto que es difícil ser sutil cuando el objeto de tu historia es esta panda de tarados con capirote y antifaz, de cuya estupidez rampante es buena muestra el hecho de que se les colara hasta la cocina (coloquialmente hablando) una pareja de polis compuesta por un negro y un judío, las dos razas que más odian estos felones.
Pero el film resulta demasiado largo, y las dos historias paralelas, entre Ron y Patrice por un lado, con su paisaje reivindicativo de la comunidad afroamericana, y la del grupo de capullos blanquitos que se creen más listos que nadie, cuando son los más tontos del pelotón, no terminan de casar demasiado, cada una por su lado, aunque haya puntos concomitantes, sobre todo en la resolución final.
Recuerda Infiltrado en el KKKlan otro film reciente, Imperium (2016), de Daniel Ragusis, uno de los intentos de Daniel Radcliffe de desembarazarse del “estigma”, por así llamarlo, de la saga Harry Potter. Claro está que Lee es bastante mejor cineasta que Ragusis, y su película es mucho más estilosa. Pero también que, como suele ocurrir en el cine contemporáneo, como toda película que se reputa “importante”, es demasiado larga, dos horas y cuarto que resultan a todas luces excesivas.
Gusta la ambientación retro, con ese look afro de los años setenta, con esos pelos imposibles, esos cuellos enormes, esos pantalones dos tallas menor de la que les correspondería, todo ello en línea con lo que se manejaba en aquella época en los films del llamado “blaxploitation”, incluso introduciendo un diálogo entre Ron y Patrice en torno al fenómeno, con Richard Roundtree y su Shaft, entre otras películas. Gusta, por supuesto, la apuesta por la causa negra, por los derechos civiles. Gusta la denuncia, siempre necesaria, de que, a pesar de que evidentemente la situación ha mejorado considerablemente desde los años sesenta, aun sigue latiendo una fuerte pulsión racista en los Estados Unidos, avivada por la actual presidencia, que no se puede decir que sea un prodigio de ecuanimidad.
Pero queda la sensación de que, siendo interesante, Infiltrado... podría haber sido mejor si Lee hubiera pulido la historia, la hubiera acortado, y hubiera procurado no cargar tanto las tintas en los estúpidos del Klan, cuya imbecilidad ya es manifiesta sin que se tenga que subrayar tanto.
Buen trabajo del protagonista, John David Washington, todavía de corta carrera, aunque el que está estupendo es Adam Driver, confirmando que lo suyo son los personajes de aspecto corriente, no los villanos de opereta como el Kylo Ren de la tercera trilogía de Star Wars; bien también la joven Laura Harrier, nuevo valor femenino a la que auguramos un excelente porvenir. Eso sí, parece un error de casting darle el papel de David Duke, el supuestamente carismático líder supremacista (que al final aparece “in person”, en material de archivo, ya en nuestros días), a Topher Grace, que no parece que sea capaz de dirigir ni la reunión de la comunidad de vecinos de su bloque...
En una escena del film, cuando se le informa al falso Ron Stallworth (con la cara blanca del judío Flip para la ocasión), del coste de formar parte del KKK, le dicen la cuota a pagar y le añaden “túnicas y capirotes no incluidos”: ya se sabe, los disfraces, como en carnaval o Halloween, no entran en el precio...
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