CRITICALIA CLÁSICOS
Disponible en Filmin, Movistar+, Prime Video y FlixOlé.
Leonard Cyril Deighton es un escritor londinense más conocido como Len Deighton, nacido en 1933, y que al no gozar precisamente de mucha fama en los años sesenta, decidió inventarse un agente secreto con el nombre de Palmer, Harry Palmer, evidentemente en la estela de Bond, James Bond, creado por Ian Fleming, y ya entonces con una docena de exitosas novelas a sus espaldas. Si añadimos que el cine lo había lanzado, con notable éxito, en 1962 con su primer film Agente 007 contra el Dr. No, no es de extrañar que Deighton quisiera cogerle las vueltas creando otro agente secreto pero muy, muy distinto.
Así surge este Harry Palmer que no es mujeriego, que le cuesta ligar con su propia colega de oficina, que toma muchos cafés en vez de martinis, que no dispone de coches llenos de trucos ni aparatos voladores, y que no conoce ni Jamaica ni las Bahamas. Eso sí, también está al servicio de Su Graciosa Majestad y es en realidad un antiguo sargento del ejército (en armas sí es muy hábil y peligroso), reclutado para investigar casos complicados y poco atractivos. Todo ello en un escenario londinense de calles mojadas, pétreos edificios oficiales, muchos jefes, bombines y paraguas, despachos solemnes, pisos oscuros y escaleras tenebrosas que vemos en planos inclinados...
Lo encarna un Michael Caine de 32 años y gafas poco favorecedoras, cuando tras una quincena de pequeños papeles secundarios empezaba ya a ser protagonista en Zulú, en 1964, esta Ipcress en el 65 y Alfie al año siguiente, lanzándose a una carrera increíblemente prolífica hasta superar las 150 películas... y seguir en activo. Y de la dirección se encarga un rutinario Sidney J. Furie, canadiense de anodina filmografía en la que sólo destacan Sierra prohibida, curioso western de 1966 con Marlon Brando y John Saxon, junto a El ocaso de una estrella, un buen musical biográfico en el que Diana Ross encarnaba a la gran Billie Holiday. Posiblemente un realizador más inspirado podría haber sacado más provecho de esta presentación de Harry Palmer en las pantallas.
Porque la saga se prolongó en dos títulos más en la década de los sesenta, primero en 1967, con Funeral en Berlín, del más fogueado y hábil Guy Hamilton (que dirigió cuatro títulos de la serie Bond), y en ese mismo año Un cerebro de un billón de dólares, del excéntrico, irregular y olvidado Ken Russell. Posteriormente han seguido saliendo productos y series en distintas plataformas que usan del personaje para cintas de ambientación moderna, mediana producción y escasa repercusión. Volviendo ya a esta primera Ipcress, su trama se inicia con la búsqueda de un doctor poseedor de un expediente secreto y muy importante, que ha desaparecido (aunque los espectadores sabemos que ha sido secuestrado). En ese documento y expediente se advierte de un gran peligro que acecha a mentes valiosas del país, un peligro que consiste en el lavado de cerebro para inutilizarlos. En realidad las siglas en inglés del programa forman la palabra ipcress que sirve de título al film.
Con escenas muy discursivas y otras más movidas y de acción, la película desdeña un enfoque más profundo de sus criaturas -a lo Graham Greene- y acaba por conducirnos a un tramo final en donde el protagonista intuye que la culpa y la traición provienen de un alto jefe, siendo difícil por las pistas aclarar cuál de ellos es el culpable. Palmer es apresado y torturado sicológicamente (en una envejecida y sicodélica escena), aunque logrando escapar. La última secuencia gana en interés cuando encañona a los dos responsables y no sabemos -aún- quién es el malvado iniciador de todo el embrollo, con sus mortales víctimas.
Junto al protagonismo de Michael Caine, aparecen un muy seguro y bigotudo Nigel Green, la sosita Sue Lloyd en la joven colega, y Guy Doleman en el otro alto mando. Curiosamente la música del gran John Barry pasa muy desapercibida, mientras el iniciador y productor es Harry Saltzman, embarcado ya en ese momento también en los films de James Bond. Puede ser que Saltzman -a lo mejor- pensó que era bueno tocar otras teclas y gustos con este agente secreto tan calladito, tan gris y tan distinto. La verdad es que le dio para tres películas, que no le fueron nada mal en sus recaudaciones, pero que tienen poco que ver con la otra millonaria saga, que ha superado sesenta años de franquicia... y que todavía en cualquier momento puede resucitar al infalible 007...
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