Podría considerarse este film, no sin razón, como un epígono actualizado de alguno de los muchos justicieros que en el mundo han sido, desde Harry el Sucio hasta los que interpretó, con fruición digna de mejor causa, Charles Bronson (cfr. El justiciero de la ciudad y otra media docena larga de títulos de similar jaez). Y sería cierto, si bien también es verdad que hay algunas diferencias sutiles, en este caso con ventaja para este Jack Reacher.
El comienzo no parece el de un film de justicieros al uso, con siete minutos, siete, en los que no se dice ni una sola palabra, en los que el director y guionista, Christopher McQuarrie, cuenta su historia con la sola fuerza (y qué fuerza…) de sus imágenes, la preparación metódica, meticulosa, casi de entomólogo, de un asesinato múltiple a través de una mira telescópica.
El resto ya no tiene esa altura, empeñado McQuarrie en dotar de cierta consistencia el personaje central, procurando que se diferencie del arquetipo del justiciero, si bien no con demasiado éxito. Es verdad que éste no actúa por venganza de males sin cuento infligidos a su familia (tema recurrente del subgénero), sino que parece más bien una mixtura entre policía, juez y verdugo en una sola pieza, pero el final es el mismo: a los malos hay que darles matarile…
Desde luego que el film tiene formalmente un estilazo que ya lo hubiera querido la sarta de majaderías vengativas que interpretó Bronson, pero el meollo, la nuez, la médula de la historia es la misma. También es verdad que McQuarrie es un buen guionista y enhebra su historia con cierta coherencia, a pesar de que ya había apuntado en anteriores empeños como libretista alguna tendencia al desvarío; me estoy acordando, por ejemplo, de la flamígera historia de Sospechosos habituales, pero también de la solidez del guión de Valkiria, en el que ya colaboró con su jefe (que para eso es el productor) Cruise.
El problema del film quizá sea la dificultad para hacer creíble este personaje de justiciero, cincelando el tipo de persona descreída de todo que ha desaparecido de la vida y que sólo vuelve para hacer (su) justicia. McQuarrie no se resiste a una de las cualidades (por llamarla de alguna forma) inherentes al arquetipo, sus dotes cuasi taumatúrgicas para la lucha, o para estar en el lugar adecuado en el momento oportuno: esas capacidades le confieren entonces la apariencia de un (otro) superhombre, aunque no lleve mallas ni capa ni, desde luego, pueda volar. Pero por lo demás se eleva sobre el resto de los mortales: es lo que tiene el cine, que permite mangonear las historias según le plugue a su autor.
Parece que éste es el Cruise serio de la temporada; lo digo por diferenciarlo del que se toma a sí mismo más a cachondeo, como ocurría con Noche y Día. De todas formas, hace tiempo que no vemos al astro en alguna película pequeña en la que él no sea el eje sobre el que gire todo, en el que sea una tuerca más en el engranaje. ¿Para cuando otra Magnolia, por ejemplo?
En cuanto al resto del reparto, Rosamund Pike sigue siendo una de esas presencias hipnóticas que da igual lo que haga: te mantiene inevitablemente mirándola cuanto tiempo permanezca en pantalla. Por supuesto, Robert Duvall los deja a todos hechos unos pigmeos: lo que sabe este viejo, qué capacidad para comerse con papas al resto del reparto con un personaje que, digámoslo ya, tampoco estaba demasiado bien escrito… Y, claro está, chapeau para el viejo Werner Herzog, uno de los directores de cine más outsiders que hayan existido en el mundo mundial, aquí como actor, en un personaje pérfido donde los haya, uno de los villanos más estremecedores de los últimos años (y ya es decir, con la legión de malvados que pueblan el cine hodierno…).
(18-01-2013)
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