CRITICALIA CLÁSICOS
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A principios de los años setenta, el estreno en Broadway de la ópera rock Jesucristo Superstar supuso uno de los grandes acontecimientos teatrales de la década; los sucesivos montajes de esta original puesta en escena de los últimos días de Jesús de Nazaret, hecha desde una perspectiva musical, convirtieron a esta obra en la más taquillera a nivel mundial durante varias décadas. Parecía evidente que Hollywood, siempre atenta a aprovechar los éxitos teatrales, llevaría a la gran pantalla este musical que fue uno de los primeros grandes éxitos de Andrew Lloyd Webber y Tim Rice, autores después también de los libretos de obras tan populares como Evita, El fantasma de la ópera y Cats.
Norman Jewison (1926-2024), un cineasta habitualmente incluido en la llamada “Generación de la televisión” (directores que, como Sidney Lumet, John Frankenheimer y Martin Ritt, procedentes de la pequeña pantalla, dieron un vuelco al Hollywood clásico a partir de los años sesenta), conoció la ópera rock de Webber y Rice y, fascinado por ella, se empeñó en llevarla a la gran pantalla, para lo que acordaría con Universal, la propietaria de los derechos, la puesta en marcha del proyecto cinematográfico. Jewison tenía ya en su haber un puñado de buenas películas, muy conocidas tanto por el cinéfilo como por el aficionado medio, títulos como En el calor de la noche, El caso Thomas Crown y El violinista en el tejado, entre otras.
La película sigue más o menos libremente los episodios relatados por los Evangelios del Nuevo Testamento, en concreto los hechos acontecidos a Jesús de Nazaret y sus discípulos durante los días previos a la crucifixión del Mesías, pero con un protagonismo importante también por parte del personaje de Judas, apenas un escalón por debajo del creador del cristianismo. Veremos así las dudas del Iscariote sobre la forma en la que está conduciendo Jesús a sus discípulos, creyendo que los romanos, potencia colonial de la época en Palestina, podrían intentar cortar de raíz su creciente poder de influencia en las masas. Asistiremos también a los recelos de los sacerdotes judíos, Caifás y Anás, y su propósito de eliminar al que consideran enemigo de la religión (y, sobre todo, de sus propios privilegios...), para lo que procurarán la traición de Judas; veremos la entrada en Jerusalén a lomos de la borriquita, la última cena, la oración en el huerto, el prendimiento tras el beso de Judas, etcétera.
Este comentario que escribimos está elaborado algo más de medio siglo después de que se estrenara el film, así que la perspectiva del tiempo es importante en este caso; de hecho, este Jesucristo Superstar, que en su momento se reputó por los movimientos ultras religiosos de siempre (siempre hay un ultra de guardia, como sabemos...) como blasfema, sacrílega, etcétera, sobre todo por su visión muy hippie de la vida y muerte de Jesús de Nazaret, con el paso de los años nos parece que tiene ahora hechuras de clásico: todo aquello que en su momento parecía rompedor, innovador, rupturista, ahora tiene ya aspecto de musical perfectamente ortodoxo, incluso a veces podría considerarse hasta antiguo. Pero en conjunto diríamos que el tiempo ha jugado a su favor, limando las aristas más heterodoxas difícilmente admisibles en su época para las capas sociales más conservadoras, y hoy se puede apreciar como un film que pone en imágenes, bastante libremente, la pasión y muerte de Jesús, sin demasiadas excentricidades.
Es cierto que en su momento este Jesús de aspecto hippie, y no digamos sus apóstoles, también vestidos a la manera de aquel viejo movimiento de los años sesenta, con sus pelos largos, que actualmente, en el siglo XXI, no es ya sino una reliquia de un tiempo pasado, pudo resultar incluso hiriente; hoy día los textos de las canciones, las imágenes del film, las coreografías, podrían ser reproducidas perfectamente en una sesión teatral de un colegio católico sin que pasara absolutamente nada...
Jewison concibió su film intentando huir de la parafernalia teatral; para ello, se fue con su “troupe” de actores (muchos de ellos efectivamente hippies) a Oriente Medio, a localizaciones en Israel y Palestina, fundamentalmente en Jerusalén, Nazaret, Cisjordania y el Mar Muerto. La utilización de los yermos paisajes de esas zonas parece una forma interesante de “airear” el espectáculo teatral y situarlo, además, en las mismas tierras en las que los hechos ocurrieron casi veinte siglos atrás. La escenografía añadida a esos paisajes naturales, como estructuras metálicas que recuerdan la forma de andamios, fue muy avanzada para la época, y sin duda un acierto. Por supuesto, Jesucristo Superstar, como película, es un musical conceptual, no busca el rigor en la ambientación, como era habitual ya en ese momento, y utiliza profusa y deliberadamente anacronismos tales como tanques y aviones en pantalla como elementos de la propia trama, remarcando así la atemporalidad de la historia que se nos cuenta.
La coreografía de Robert Iscove nos parece interesante, aunque es cierto que el tiempo, en su caso, no ha jugado a favor, quedando a día de hoy un tanto simple, incluso elemental. En el apartado musical, brilla la voz de Carl Anderson como Judas; la decisión de que fuera un actor negro quien incorporara este personaje muy negativo (en Broadway también lo fue, en concrete Ben Vereen) fue en su momento bastante controvertida (y eso que entonces lo de la “corrección política” ni estaba ni se la esperaba...); por el contrario, nos parece que la decisión de utilizar actores de diversas razas (Yvonne Elliman, que hacía de María Magdalena, es una cantante asiática, y varios apóstoles son de raza negra) fue adelantada a su tiempo, una avanzada de la actual tendencia hacia el multietnicismo en prácticamente todos los repartos. Ello se refleja también en el tono “negro” que tienen algunos números, como el final, el titulado “Superstar”, cantado por Carl Anderson como Judas, que podríamos considerar incluso dentro del fenómeno conocido como “blaxploitation”, el cine hecho específicamente para la comunidad negra que hacía furor precisamente en aquellos años setenta.
Ciertamente, el actor que interpretó a Jesús, Ted Neely, es cualquier cosa menos carismático, ni de aspecto, ni de talla (es más bien bajito, y verlo llevado en volandas por dos romanos tamaño ropero empotrado tampoco ayuda...), ni siquiera de voz, siendo quizá el mayor de los errores del film, un error de casting difícilmente perdonable. Sí están muy bien tanto el mentado Carl Anderson, adecuadamente atormentado por su traición, que convierte a Judas no solo en uno de los grandes malditos de la Historia, sino también su nombre en sinónimo de traidor; y la también citada Yvonne Elliman, estupenda como María Magdalena, la exprostituta enamorada de Jesús, que, como canta en una de sus hermosas canciones, “no sabe como amarlo”.
Como aspectos controvertidos en el film se citaron, por ejemplo, la ausencia de la Virgen María, la madre de Jesús, así como la secuencia de la crucifixión, resuelta en unas pocas escenas (por cierto, la agonía de Jesucristo se ilustró con música de jazz, en una idea ciertamente arriesgada...), y no digamos la ausencia de la fundamental Resurrección, sin la que la Historia del Cristianismo no está completa y pierde uno de sus pilares fundamentales.
Con todo, tantos años después, nos quedamos con la sensación de que el film Jesucristo Superstar, que fuera tan controvertido y cuestionado en su momento, ahora ya se ha convertido en un clásico del musical: el tiempo, que todo lo atempera, que todo lo cambia...
(29-03-2024)
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