Pelicula: Como Godard, Samuel Peckinpah, al final de sus films, mataba casi siempre a sus personajes, a sus protagonistas. Esto ocurría en Duelo en la Alta Sierra con sus pistoleros en el ocaso, con los suicidas de Grupo salvaje; esto ocurre con Cable Hogue. Parece como si el autor se encaprichara con sus héroes o antihéroes y quisiera eliminarlos para evitar cualquier manipulación posterior, cualquier más allá del último fotograma. No son finales felices, ciertamente, pero sí finales honrados, llenos de satisfacción, porque la muerte purifica a estos personajes, normalmente maltratados por la vida.

De La balada de Cable Hogue se ha dicho que, al final, el progreso mata al protagonista y otras cosas que no dejan de ser explicaciones simplistas y seudosimbólicas a algo que pienso es mucho más sencillo, como el hecho de que una vez conocido a su personaje central, una vez dejado sucesor para su oasis del desierto, con su Hildy querida vuelta al hogar y saldadas las viejas cuentas con los antiguos camaradas, poco le queda que vivir a Cable, y su muerte –por el automóvil o por cualquier otro medio--  es la consecuencia normal a su devenir.

Lo mejor de La balada… son sus personajes. Jason Robards encarna a un Cable Hogue curioso y tremendo, metafísicamente incapaz de ser rico, indiferente a que su amor sea una chica alegre de saloon, sólo preocupado por cobrar sus diez centavos por sorbo de agua en el desierto, más como cumplimiento de una promesa íntima que como afán de acumular dólares. Cable no parece entender el mundo con mucha gente y muchos intereses y prefiere claramente la soledad del desierto que el bullicio de las ciudades y el rodearse de pocos amigos de verdad que de muchos conocidos. Junto a Cable vemos a Hildy, una estilizada Stella Stevens que busca marido viejo y rico incansablemente hasta encontrarlo en San Francisco. Pero muerto felizmente el carcamal, vuelve al desierto, a su hombre, y puede verle morir y alegrar sus últimos momentos. El trío lo completa un feliz David Warner, lejos de sus aires de actor inglés, un reverendo sui generis empeñado en salvar –por cualquier medio-- al género femenino exclusivamente.

Cine de personajes, la cinta está teñida de un humor irrefrenable, a veces satírico, a veces irónico, a veces sencillo y directo, como la increíble escena del predicador consolando a la  joven de la muerte de su hermano y la aparición impensable del marido. Es un cine que se hace querer, unos personajes a los que se toma cariño, una cinta que se nota sincera y honrada por sus cuatro costados.

Pero el problema de Peckinpah es que su caso se ha desorbitado. Descubierto en Europa por su muy notable Duelo en la Alta Sierra, su siguiente film, Mayor Dundee, fue hecho polvo por los productores y sirvió para tejer de inmediato una leyenda sobre su autor. Descendiente de indios, de personalidad simpática, amante del whisky y con algo de sus propios personajes en sus entrañas, Peckinpah se convirtió en víctima viviente de la industria capitalista y su figura vista con un cierto afán de ensalzamiento irrefrenable.

Llegó Grupo salvaje, un film fallido y mítico, pero con aciertos y garra, y Peckinpah se desmesuró por la crítica especializada. De un film importante pero demasiado efectista, se pasó a querer hacer un film magistral y a su director una figura clave del cinema norteamericano. La presencia de Sam en el Festival de San Sebastián y la presentación allí de La balada… terminó de hacer las cosas.

Por eso ahora, vista con calma Cable Hogue, se advierte tras él a un director inestable, que a veces falla en la narrativa, que no sabe muy bien qué hacer a mitad del film, cuando ya ha creado a unos personajes y un ambiente, a un director que ha superado Grupo salvaje haciendo una cinta mucho más sincera y válida, llena de belleza, una obra hermosa… pero no redonda.

Lo mejor de Peckinpah es que no es hombre para adulaciones y no importa que su obra se desmesure, porque él seguirá dando pasos adelante, con humildad y constancia, siempre que se lo permitan dar los productores americanos. En Duelo en la Alta Sierra demostró que era un autor de importancia y un nombre a seguir. En La balada de Cable Hogue parece retomar aquella línea inicial de un Oeste intimista, visto en aire cotidiano, donde las reacciones heroicas no tienen por qué tener un tratamiento también heroico.

Visto así, yo pienso que a lo mejor, con los años, Peckinpah pueda ser, como Arthur Penn o como algún otro, el sucesor de John Ford –según reza la publicidad y dicen algunos--, pues valores no le faltan para ello. Pero ahora no, desde luego. De Ford a Peckinpah van muchos años,  muchos films y distintas sensibilidades,  aunque con más años y con más films (y en clave diferente) eso es algo que puede remediarse.

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121'

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La balada de Cable Hogue - by , Apr 12, 2013
3 / 5 stars
Oeste e intimismo