Iciar Bollaín, como directora (es también interesante actriz, aunque esa faceta la tiene últimamente bastante desatendida), tiene predilección y buena mano para los dramas sociales, siendo estos de toda laya: la soledad entreverada con los problemas de la inmigración en Flores de otro mundo (1999); el maltrato conyugal en Te doy mis ojos (2003), probablemente su obra maestra y una de las películas que mejor ha retratado esa lacra social; las profesiones habitualmente masculinas, como la de detective, ejercidas por mujeres, en Mataharis (2007); la lucha por las necesidades vitales mínimas de las paupérrimas sociedades hispanoamericanas en También la lluvia (2010); los múltiples problemas de la educación en el Tercer Mundo en Katmandú, un espejo en el cielo (2011); o la recuperación de un árbol milenario como metáfora de la memoria y de la tierra, de la Tierra, en El olivo (2016), entre otras.
Sin embargo, no se maneja tan bien en la comedia. Su primer largo como directora, Hola, ¿estás sola? (1995), se inscribía en ese género y, aunque era fresca y simpática, tampoco era nada del otro jueves. Con La boda de Rosa Bollaín vuelve a la comedia, quizá mejor a la dramedia, con irisaciones de film de enredo, veta cómica para la que, nos tememos, Iciar no está dotada.
La boda de Rosa se ambienta en Valencia en nuestros días. En ese contexto conocemos a la Rosa del título, una mujer hacia los 45 años, según sus propias palabras, no sabemos si soltera, casada, viuda o divorciada, aunque con una hija ya adulta que tiene dos gemelos de menos de un año, y un noviete, Rafa, con el que se ve muy de vez en cuando. Rosa trabaja a destajo en un taller de vestuario para cine, siendo la que hace el trabajo sucio pero la que no se lleva los honores ni la fama; en su familia es canguro habitual de los hijos del hermano, Armando, permanentemente liado entre las maratonianas jornadas en su academia de idiomas y sus problemas conyugales; su otra hermana, Violeta, traductora de eventos, tiene serios problemas con el alcohol y con las nuevas generaciones que amenazan con llevarla al paro, con lo que no echa mucha cuenta a su padre, viudo desde hace dos años, tiempo en el que se ha pegado como una lapa a Rosa, que es “la chica para todo” de la familia. Un día, cuando no puede más, Rosa decide romper con todo y, como ella dice, aprieta el botón nuclear y se dispone a hacer aquello que siempre quiso...
La boda de Rosa es, fundamentalmente, una película de tesis, aunque esté disimulada bajo los ropajes de la comedia de enredo de tono agridulce. De tesis porque lo que Bollaín y su coguionista Alicia Luna (que ya escribió con ella el libreto de Te doy mis ojos) hacen en el film es plantear una teoría, la de que esas personas que son un poco el pimpampum que hay en toda familia, sobre la que descarga todo el mundo sus propios problemas, por fin, den un puñetazo encima de la mesa y decidan, por una vez, hacer lo que ellas, esas personas, quieren. Quizá el “ellas” no se refiera solo a personas, porque es cierto que, con demasiada frecuencia, esas personas que son como la percha que lo aguanta todo en trabajo, familia y amistades, resultan ser mujeres.
Esa es la tesis de Bollaín & Luna: quiérete a ti misma, Rosa, todas las Rosas, igual que si te llamas Manolo, porque ni tus compañeros de trabajo, ni tu jefe, ni tus familiares, ni tus amigos, te lo van a agradecer y encima de todo, cuando alguna vez les falles porque estés hasta el moño, se enfadarán por siempre jamás. Así que quiérete a ti mismo/a, porque no hay otra. Buena intención sin duda, loable, que ojalá siguieran las o los susodichos. Otra cosa es que eso funcione mejor o peor en la película, y nos tememos que no lo hace demasiado bien, casi siempre por un guion al que se le ven las costuras, las situaciones pastoreadas para que los personajes reaccionen de la forma que les interesa a las autores, sea o no coherente con la historia y con esa virtud tan poco frecuente hoy día en los guiones, la lógica interna, sacrificada tantas veces en el ara de la conveniencia de los libretistas. Algunos personajes son de cartón piedra, como el Armando que interpreta (pasándose tres pueblos) Sergi López, que no sabemos si ha engordado para el papel o ya venía así de serie...
¿Es entonces La boda de Rosa una película fallida? En absoluto; el mero enunciado de presentar en pantalla, además como protagonista absoluto, a ese personaje invisible que es la percha de todo el mundo, ya le confiere interés. También la notable composición que hacen sobre todo las actrices, que están de dulce: Candela Peña, por supuesto, en un rol al que ella insufla carne y sangre, un personaje perfectamente reconocible, un rol del que todos conocemos algún doloroso ejemplar; pero también, e incluso por encima de Candela, una Nathalie Poza que sigue en un estado de gracia permanente desde hace ya años, acumulando personajes creíbles, convincentes, reales; la que resulta una agradabilísima sorpresa es Paula Usero, jovencísima y con una rara capacidad para transmitir sentimientos, una auténtica bomba emocional que, o mucho nos equivocamos, o nos va a dar muchos buenos momentos en el futuro.
Es curioso que Bollaín, curtida ya en una dilatada filmografía, resulte un tanto desaliñada fílmicamente hablando: hay ciertos problemas de continuidad y una planificación más bien pedestre y sin ideas. No deja de ser curioso, porque sobre todo en films como Te doy mis ojos y Mataharis, Iciar lucía un estilazo “king size”. Qué habrá pasado, “chi lo sa”, como dicen los italianos. Lo cierto es que, además del género de comedia, La boda de Rosa entronca con su debut como directora, la mentada Hola, ¿estás sola?, también en ese desaliño formal que, ciertamente, llama la atención, y no precisamente de forma agradable...
(03-09-2020)
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