CINE EN SALAS
Perdonarán la autocita; en la crítica de la anterior película de Celia Rico, Los pequeños amores, decíamos “Esta nueva vuelta de tuerca al universo madre-hija, como en Viaje al cuarto de una madre, nos parece interesante pero ya un tanto repetitiva, como si Rico Clavellino tuviera problemas para diversificar sus temáticas, para presentar otros asuntos que no sean las con frecuencia complicadas relaciones materno-filiales...”. Y añadíamos “Nos parece bien que la directora incida cuanto quiera en una temática concreta, aunque sería más realista que ampliara el foco...”. Pues en esta La buena letra ya ha ampliado el foco, saliendo por fin de la más bien tormentosa relación madre-hija que constituía el monotema de sus dos primeras pelis.
Pero (siempre tiene que haber un pero...) nos parece que tampoco esta vez ha dado Celia en el clavo, y ya van tres veces (en nuestra humilde opinión, por supuesto: sabemos que goza de amplio predicamento en la crítica...).
La película se basa, de forma un tanto libre, en la novela homónima del valenciano Rafael Chirbes, una de las voces más interesantes de la literatura española del último medio siglo, una novela publicada en 1992 por Anagrama. La historia se ambienta en la primera postguerra española, en fecha indeterminada aunque debe ser en los años cuarenta, en un pueblecito de la región valenciana (la peli está rodada en varias localidades de esa zona de España). Conocemos a Ana, mujer de treinta y tantos, casada con Tomás; este, por su ideología de izquierdas, se ve obligado a realizar un duro trabajo para mantener a la familia; con ambos viven su hija, Anita, como de 7 u 8 años, y la anciana madre de Tomás, María, que languidece por no tener noticias de su otro hijo, Antonio, que tras la guerra huyó del lugar para no ser represaliado por sus ideas. Para levantar el ánimo de su madre, Tomás convence a Ana para que escriba cartas como si fuera Antonio, contándole que está bien, en Argentina. Para hacer que las cartas parezcan de su cuñado, Ana lee muchos de los textos escritos por Antonio, lo que le hace conocerlo mejor y, de alguna forma, idealizarlo. Pero un buen día Antonio vuelve al pueblo; al parecer ya no hay peligro de represalias, y se instala en la casa familiar, viviendo a costa de su hermano...
La buena letra tiene evidentemente una estupenda intención, la de retratarnos la vida oscura, cetrina, de la interminable postguerra española, en una casa en la que los sentimientos vienen y van. Y vienen y van esos sentimientos, esas emociones, porque la lectura de esos escritos de Antonio por parte de Ana le hará creer que es la fascinante persona que, en realidad, no es: lejos de esa figura como de héroe que escapó de la represión franquista, pronto veremos que se trata de un personaje poco fiable, flojo como un muelle, de ideas veletas y poco sólidas, hasta el punto de ponerse a trabajar para el cacique falangista del lugar, fumándose sus ideales sin importarle demasiado, y, sobre todo, en una actitud de desafección hacia su hermano (y su cuñada...), que tanto hicieron por él, que hará que Ana, como Saulo camino de Damasco, también se caiga, metafóricamente, del caballo de la adoración a un personaje que parecía el campeón de la humanidad, incluso de la masculinidad (porque parece que Ana concibe cierta atracción física, aunque reprimida, por el personaje idealizado), para ser, en realidad, un tipo cualquiera, quizá como todos.
Pero esa historia, que contada así puede tener su quid (y lo tiene...), Rico Clavellino la dilata extenuantemente, y lo hace además con un ritmo narrativo cansino y a ratos incluso un poco exasperante. Se entiende que Celia busca encontrar su tono, más que en lo que sucede, en las pequeñas cosas del día a día en la familia, en esa Ana cosiendo, o cocinando, o dando a probar sus guisos a sus convivientes, o en la modesta fiesta que sigue a la ceremonia de la Primera Comunión de la niña... un costumbrismo sazonado, un realismo que busca que el espectador se sienta impregnado de aquel tiempo melancólico y sin esperanza, en el que cada día vivido era una callada victoria. Pero todo eso, que, insistimos, está muy bien, no puede hacerse, como es el caso, con un metraje excesivo y una lentitud narrativa que, desde luego, no son las mejores cualidades para que el espectador se sienta concernido por una historia que, por lo demás, también resulta un tanto confusa en su exposición, quizá buscando en esa confusión la forma de adensar una historia que, contada de otra forma, nos parece que habría llegado más y mejor al público.
Para más inri, aunque en los créditos aparece Marina Alcantud como autora de la música original de la película, lo cierto es que no recordamos que haber escuchado más música que algunas (preciosas) canciones de la época, desde el Ojos verdes de León-Valverde-Quiroga a los Suspiros de España de Álvarez Alonso, entre otras hermosas coplas. Y esa decisión, la de la práctica ausencia de música que no sea la incidental (vamos, la escuchada en algunas escenas a través de dispositivos que aparecen en las mismas, como una radio o una gramola) nos parece sumamente arriesgada, sobre todo dada la aridez del film y la forma tan austera y alargada con la que se nos cuenta la historia.
Hay una buena película en la novela La buena letra, pero nos tememos que no es ésta... y bien que lo sentimos, porque desde su primera peli, Viaje al cuarto de una madre, nos parece que Rico Clavellino tiene facultades para poder hacer un mejor cine del que hasta ahora ha hecho. Lo malo es que antes el problema era el monotema madre/hija, pero ahora, con un tema ya diferente y en una peli de época, los defectos observados en su inicial díptico materno-filial parecen reproducirse ahora en esta apagada historia.
Y que conste que la película no carece de virtudes, porque está bien conseguida toda la reconstrucción (física, pero sobre todo moral) de un ambiente y un tiempo en el que no parecía haber futuro sino solo presente, un tiempo inicuo que se enraizó en el país y lo emponzoñó durante décadas.
Buen trabajo actoral, muy entregado, en especial de la protagonista, Loreto Mauleón, a la que vimos por primera vez en la longeva serie El secreto de Puente Viejo, y que generalmente interpreta papeles secundarios, aunque aquí es el personaje principal sobre el que gira todo el film. Enric Auquer confirma su versatilidad, aquí como el displicente y más bien anárquico y desafecto cuñado, aquel al que Ana imaginó siendo el que realmente no era. Ana Rujas, que nos gustó mucho en La Mesías, de los Javis, aquí compone un personaje adelantado a su tiempo, una mujer que ha vivido en Londres y que viste habitualmente con pantalones, cosa absolutamente inusual en los años cuarenta.
(05-05-2025)
110'