El cine finés es uno de los grandes desconocidos europeos. En los años noventa algunas películas traspasaron, bien que para públicos especializados, la ominosa barrera de la distribución americana que, como un monstruo omnívoro, todo lo devora.
Los hermanos Kaurismäki, Mika y Aki (no es un trabalenguas, aunque lo parezca...) son sus directores más universales, y de ellos hemos visto, aunque cada uno por su lado, films como Helsinki-Nápoles. Todo en una noche (1987), de Mika, y Leningrad cowboys go America (1989), Contraté a un asesino a sueldo (1990), La vida de bohemia (1992), Nubes pasajeras (1996) y Un hombre sin pasado (2002), todos ellos dirigidos por Aki. De Aki es, precisamente, esta La chica de la fábrica de cerillas (1990), que se define perfectamente en la frase, atribuida a su director, de que a su lado, cualquier film de Robert Bresson (reputado cineasta francés, famoso por su extrema austeridad) parece una comedia frívola.
Efectivamente, la película de Kaurismäki plantea un universo desolado: joven poco agraciada malvive mortecinamente con sus padres, del trabajo a su casa y viceversa. Cuando una noche liga inopinadamente en una discoteca, todo parecerá mejor, pero será solo un espejismo... Hay en la cinta una amargura tal que sólo la cortedad del metraje (poco más de una hora) la hace soportable. Film reservado a cinéfilos de mucho aguante.
(24-09-2004)
66'