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La edad de oro del musical clásico, el musical de Hollywood, se puede convenir que terminó a lo largo de los años sesenta, una vez que los gustos del público medio fueron cambiando, conforme evolucionaba la sociedad, hacia otros géneros. A partir de esos momentos los musicales han escaseado, y en buena medida se han hecho en razón a figuras muy concretas, como es el caso de Bob Fosse, que consiguió resonantes éxitos como Cabaret (1972) y Empieza el espectáculo (All that jazz) (1979). Después los musicales que nos han llegado de Hollywood han sido fundamentalmente adaptaciones de obras estrenadas en los escenarios de Broadway, como Chicago (2002), Nine (2009) o Los miserables (2012).

Como el cine norteamericano está tan falto de temas, hace algunos años redescubrió el cine mudo con The Artist (2011), que ganó 5 Oscar, y ahora parece que toca reencontrarse con el musical clásico, pues eso es lo que es esta La ciudad de las estrellas, que tiene toda la pinta de llevarse las estatuillas de la Academia este año. Porque lo cierto es que el filme de Damien Chazelle encaja perfectamente en los cánones del cine musical clásico de Hollywood; así, como en aquel formato, las canciones y los bailes no influyen mayormente en la trama, no son elementos que contribuyan al progreso narrativo. Era su peculiaridad, aceptada como convención por el público de la época (y de esta época, si queremos ver con agrado aquellas películas), y Chazelle la retoma. Corta, pues, con la tónica que ya impuso Fosse en sus musicales, y que se tomó como nuevo canon, según la cual los números musicales estaban integrados dentro de la propia acción del filme y no eran excursos ajenos a ella.

Por supuesto, ello es absolutamente legítimo y no dejaremos de gozar con musicales extraordinarios como Cantando bajo la lluvia, Melodías de Broadway, Un día en Nueva York o Brigadoon, entre otros muchos. Resulta algo forzado, algo manierista, retomar viejas fórmulas tantos años después, aunque debe reconocerse que Chazelle las ha actualizado. De hecho, en la época de los musicales clásicos hubiera sido impensable una escena como la inicial, con los pasajeros de todos los coches de una autopista cantando y bailando durante un atasco (por cierto, no sería mala idea hacerlo en la realidad; al menos sería más entretenido…).

Una aspirante a actriz trabaja de camarera mientras le llega el éxito (todo un clásico…); conoce por azar a un pianista chiflado por el jazz que aspira a tener su propio club. Entre ambos, tras algún desencuentro inicial (otro clásico…), prende la llama del amor. Sin embargo, la relación empezará a tener problemas debido a sus respectivas ambiciones profesionales…

La ciudad de las estrellas es, a qué dudarlo, una buena película. Como musical cumple más que holgadamente, con buenos números, cantables y bailables, una historia molona, que se ajusta razonablemente a los estándares de Hollywood para el clásico género, y una realización brillante, aunque a veces un tanto efectista. Es cierto que abusa de recursos ya inventados por otros (cfr. el oscurecimiento del resto de los integrantes de una escena para dejar solo iluminados a los dos amantes, como en el primer encuentro de West Side Story), pero en general la historia se sigue con agrado, al margen de algún bache. También es verdad que la última secuencia sube el nivel, no tanto desde el punto de vista musical como, sobre todo, desde una perspectiva dramática y romántica, con la sutil utilización del poder taumatúrgico del cine, que todo lo puede, o que todo lo podría, si quisiera.

Chazelle se dio a conocer con Whiplash (2014), lamentable oda a “la letra con sangre entra”, versión brutal de las típicas historias de éxito a través del sacrificio, etc. (y en este caso con una buena ración de guantazos para el protagonista…). Se agradece el cambio de tono en La ciudad de las estrellas, y podemos convenir en que hemos mejorado sustancialmente: aquí ya hemos conseguido que J.K. Simmons, en vez de dar sopapos al protagonista, sólo lo despida…

Bienvenida sea La ciudad de las estrellas si con ello se pone de moda el musical. Es un género vibrante y exquisito que ennoblece el cine, y que tiene capacidad para tocar todos los temas, todos los géneros.

Ryan Gosling y Emma Stone, sin ser especialistas, hacen un buen trabajo tanto en las canciones como en los bailes. No son Fred Astaire ni Ginger Rogers, ni seguramente se les pedía. Ambos son también dos de las nuevas estrellas más interesantes del Hollywood actual, y hacen alarde de buena química entre ellos.


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128'

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La ciudad de las estrellas - by , Jan 18, 2017
3 / 5 stars
Hollywood redescubre el musical