El siciliano Piero Messina es un director con una hasta ahora corta experiencia en la dirección, fundamentalmente de cortometrajes y documentales. También ha trabajado con Paolo Sorrentino como ayudante de dirección en La gran belleza. Su salto a la dirección de largometrajes se ha producido con este interesante filme que, lo diremos pronto, en principio nos pareció un Antonioni mal digerido: los primeros minutos parecen, efectivamente, ir por esa senda, con planos estáticos de rostros desencajados y angulaciones rebuscadas, con ambientes negros que parecerían remitir a clásicos del luto como el lorquiano drama La casa de Bernarda Alba, aunque sin la pulsión represiva de ésta, sólo el luto como muestra de dolor infinito, aparente o real.
La Sicilia actual (más o menos: pongamos hacia 2005): el hijo veinteañero de una francesa afincada en la isla varias décadas atrás ha muerto. El dolor sin nombre de la madre es perturbado por la llamada de una chica, al parecer la novia del difunto, que dice que el chico la invitó a su casa. La madre mantiene firme la invitación, pero cuando llega no encuentra el momento de dar la fúnebre noticia a la muchacha…
La espera se basa (con ciertas libertades…) en el drama teatral La vita che ti diedi, escrito por Luigi Pirandello en 1923. Es una de sus obras más representativas (y representadas), un drama que quintaesencia el teatro pirandelliano, fundamental para explicar el ser humano del siglo XX. Piero Messina lo actualiza, lo hace más moderno, sin por ello caer en fatuidades, y sobre todo consigue desprenderse de ese halo de (falso) antonionismo de los primeros minutos de la película. Cuando la chica llega a la mansión, el filme empieza a tomar grosor: la madre no quiere dar la noticia de la muerte del hijo a la novia, como si ello le permitiera prolongar la ficción de que el chico sigue vivo, pero también para reconocer en la joven las huellas del muerto; la escucha de los mensajes de voz que la chica deja en el móvil del difunto (que la madre conserva en su poder) le permite reconstruir parcialmente la convivencia de ambos, le facilita entrar en la intimidad de la pareja y mantener la farsa de que nada irremediable ha pasado. Está viendo, entonces, en la joven el reflejo por persona interpuesta de su hijo, y no quiere renunciar a ese último hálito espectral de vida del chico.
Cine de silencios, de planos estáticos pero no por ello inanes, La espera resulta finalmente una obra inesperadamente madura en un cineasta relativamente nuevo, con buen dominio del lenguaje cinematográfico y apreciable capacidad para transmitir emociones. A ello contribuyen fundamentalmente sus dos protagonistas. De Juliette Binoche ya conocíamos su extraordinaria capacidad para transmitir dolor en una pantalla, y aquí está pasmosamente contenida a pesar de la tragedia sin nombre que la asuela; pero la que es un gran descubrimiento es la joven Lou de Laâge, a la que no habíamos visto aún en cine ni televisión, que da un auténtico recital en su composición de la novia que desconoce lo que pasa aunque lo intuye, una interpretación hecha con las entrañas y que transmite un alto voltaje emocional al espectador. Al fondo, además del recuerdo del hijo y novio muerto, está la figura del amo de llaves, el hombre para todo, Pietro (notable Giorgio Colangeli), un rostro hierático que contempla atónito los silencios, las mentiras, las improvisadas artimañas de su señora para perpetuar “sine die” la apariencia de vida del joven muerto.
La espera despierta interesantes expectativas sobre este nuevo cineasta que, desde luego, ha tenido buenos maestros: Sorrentino lo es, y se ve que le ha aprovechado trabajar con él. Tampoco es mala elección (y revela exquisito gusto) adaptar a Pirandello, uno de los grandes del teatro que, lamentablemente, el cine tiene bastante olvidado en este siglo XXI.
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