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(En la muerte del gran Francisco Ibáñez, padre de los inmortales Mortadelo y Filemón y tantos otros personajes del cómic español, y como sentido homenaje a su figura, recuperamos la crítica de una de las películas realizadas sobre los míticos agentes de la T.I.A.).
Javier Fesser se hizo un nombre con un par de cortos superpremiadísimos, Aquel ritmillo y El secdleto de la tlompeta, para después debutar en el largometraje con El milagro de P. Tinto; en todas ellas ya demostró que su cine estaba mucho más cerca del "cartoon" con personajes de carne y hueso que de la historia realista: regusto por las imposibilidades típicas del dibujo animado, una paleta cromática llena de colores vivos y sin mezcla alguna, búsqueda del humor a través del "slapstick" (la famosa patada en el culo o el tartazo en la cara del cine mudo, aunque lógicamente refinado y debidamente actualizado).
Así que estaba cantado que, si se llevaba al cine a Mortadelo y Filemón, los más conspicuos agentes secretos del mundo, el director más indicado era él. La empresa se ha saldado, en lo artístico, con cierta irregularidad; el problema de las viñetas originales del gran Ibáñez (ese dibujante de genio protéico que debería tener la medalla al mérito en el Trabajo, además de la de Bellas Artes) es que tienen su "tempo", el que abarca la mínima aventurilla de una página del tebeo de turno (que, por cierto, no era el llamado propiamente TBO, como ha escrito algún indocumentado, sino el Pulgarcito de la extinta Editorial Bruguera, sobre cuyos escombros se levanta hoy Ediciones B), y montar una historia de hora y media larga sobre un único tema (en este caso la recuperación de uno de los delirantes inventos del profesor Bacterio) es, cuando menos, complicado.
Además, el padre de la criatura, Ibáñez, no interviene en el guión, y eso se nota a veces en la pesadez de los gags, aparte de que incluyen "exabruptos" (tacos de carretero, continuos apuntes escatológicos, incluso no tan veladas alusiones de sexo brutal) que el autor de los cómix nunca se hubiera permitido en las inocentes viñetas originales.
Hay, eso sí, una evidente rechifla sobre los dictadorzuelos (aquí, además, con cierto parecido físico y en el tonillo de la voz a Franco...) y sobre ese interés actual por enladrillar cualquier metro cuadrado de suelo que permanezca virgen.
Pero el conjunto no termina de cuajar, como si la volatilidad y efímera efervescencia del cómic tebeístico, en cine, resultara más pesado de lo que debiera, como si fueran (como lo son, realmente) lenguajes diferentes. Con todo, nos quedamos con ese milagro de J. Fesser que es batir todos los records de taquilla habidos y por haber de una película española. Ése sí que es un milagro, y no el del dichoso P. Tinto...
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