Lo más devastador de La habitación no es lo que se nos cuenta, sino que esa abominación ha sucedido, y varias veces además. Sin ir más lejos, recuérdese el caso conocido como el Monstruo de Amstteten, el austriaco que retuvo encerrada contra su voluntad a su hija durante 24 años, violada multitud de veces por su padre, quedándose embarazada de hasta siete hijos de su progenitor. En Estados Unidos también ha habido un caso más reciente, el llamado Secuestro de Cleveland, en el que un portorriqueño mantuvo presas a tres mujeres durante un período de entre 9 y 11 años, sometiéndolas también a sevicias sexuales y embarazos no deseados.
Así que La habitación no nos cuenta ninguna ficción, sino en todo caso una versión libre de algunas de las muchas historias aberrantes que el ser humano, ese homine lupus homini, es capaz de perpetrar. Una joven de veinticinco años, un niño de cinco. Están encerrados en una habitación. La chica, secuestrada siete años atrás por un individuo que la mantiene desde entonces encarcelada en la caseta de su jardín, ha creado una realidad alternativa para el niño para evitarle el trauma de conocer qué clase de reclusión forzosa les ha sido impuesta por la incuria de un canalla.
Inicialmente con algún parentesco con filmes que tienen concomitancias en cuanto a un premeditado ocultamiento del mundo a personas a cargo de los protagonistas (estoy pensando, claro está, en El bosque, de M. Night Shyamalan, y en Canino, de Yorgos Lanthimos), La habitación pronto se despega de ese contexto para avanzar en lo que es, una lacerante denuncia de la maldad que anida en el corazón del ser humano, capaz de tropelías sin nombre como ésta. Pero, huyendo del tremendismo, el director, Lenny Abrahamson, opta por una historia llena de matices, donde sin duda lo mejor es precisamente la primera parte, cuando conocemos la historia de esta madre y su hijo, recluidos indefinidamente por un desalmado que la tiene como su forzada concubina particular, y en qué forma la madre ha construido delicadamente una realidad alternativa que no destruya el frágil descubrimiento de la vida por parte del niño.
Cuando consigan escapar (no reviento nada: véase cualquier tráiler…) comenzará otra etapa también muy difícil: como reconstruir un cristal hecho añicos, cómo hacer que la mujer vuelva a ser la que era, que vuelva a confiar en sus semejantes, que vuelva a vivir una existencia plena; y cómo hacer que el niño al que se le protegió mediante entelequias que preservaran su salud mental, ahora se pueda convertir en un chico normal, que sepa relacionarse con los demás con la desenvoltura que tendría cualquier crío de cinco años que no hubiera pasado por tal infierno.
Lenny Abrahamson, cineasta irlandés de corta carrera para el tiempo que lleva en la profesión (un cuarto de siglo cuando se escriben estas líneas, y sólo ocho créditos incluyendo una serie televisiva y un cortometraje), se revela sin embargo como un hombre de notable sensibilidad; hubiera sido muy fácil entrar en el dramón cargando las tintas, pero con buen criterio opta por el matiz, por la voz baja, por no obviar la compleja situación de madre e hijo cuando se reincorporan al mundo de los vivos.
Es cierto que alguna escena suena a impostada, a falsa, como el duro enfrentamiento entre la madre y la hija secuestrada (una vez liberada), cuyos motivos no terminan de entenderse. Sin embargo, también hay alguna elipsis notable, como el desafecto del abuelo del crío, mostrado sólo con imágenes; y es que nunca una mirada (o una ausencia de ella, para ser más exactos) ha sido más reveladora.
Hay otros momentos prodigiosos: de entre todos ellos me quedo con la primera vez que el pequeño ve el cielo, reflejada la sorpresa sin límites en su cara extasiada, esa primera vez que son todas las primeras veces, cuando todo es absoluto, cuando todo es nuevo.
Brie Larson ha conseguido el Oscar a la Mejor Actriz Protagonista con toda justicia por su espléndido papel; pero es que el pequeño Jacob Tremblay es un auténtico hallazgo. Sobre su interpretación (y la de Larson) se sostiene todo el cañamazo del filme, recordando el chico la portentosa capacidad para transmitir emociones que tenía el pequeño Haley Joel Osment (véanse El sexto sentido o A.I. Inteligencia artificial para saber de qué estamos hablando); y digo “tenía” porque el pequeño Haley Joel, cuando creció, invirtió metafóricamente la historia del patito feo, y pasó del deslumbrante cisne infantil al pato(so) veinteañero que no te hace llorar ni aunque estés cortando cebolla…
Por cierto, una colleja para la distribuidora española, UIP: ¿por qué se ha traducido el título como La habitación y no como Habitación, sin el artículo, que es como madre e hijo se refieren constantemente al estrecho cubículo que será todo su universo durante cinco años, y que sería la traducción literal del título original, Room? ¿Sería menos comercial sin el artículo? Anda que si los tontos volaran, no se vería el sol…
118'