Con toda probabilidad Giuseppe Tornatore será recordado en el futuro por su extraordinaria Cinema Paradiso, la que se puede reputar, sin margen para el error, como la más sentida declaración de amor al cine que se haya hecho en una película. Quizá no sea excepcional cinematográficamente hablando, pero es cierto que supo conectar perfectamente con los millones de cinéfilos que en el mundo hemos sido, somos y seremos. Esa notabilísima facilidad para llegar al corazón del aficionado al cine confirió a Tornatore un lugar especial en el imaginario colectivo cinéfilo, si bien es cierto que su filmografía posterior no lo volvió a colocar a esa altura, ni consiguió recuperar la consideración indubitable del público. Fue una carrera mediocre, con algunos thrillers de corte psicológico como Pura formalidad, en el que lo único interesante era el personaje que desarrollaba Roman Polanski, en una de sus (relativamente escasas) incursiones en la interpretación, o el drama Están todos bien, donde lo mejor era el siempre espléndido Marcello Mastroianni. El resto fueron películas que no tuvieron una repercusión apreciable, medianías que podía firmar cualquiera de los cientos, miles de artesanos que pueblan el universo cinematográfico.
Por eso reconforta encontrarse de nuevo a Tornatore en plenitud de facultades en este thriller emboscado de romanticismo (o viceversa), La mejor oferta, una de esas películas que te ganan por su tema, por su exposición, por su inquietante progresión narrativa y dramática, por la evolución de sus personajes; de su personaje protagonista, para ser más exactos.
Un maduro, elegante, excéntrico propietario de una empresa dedicada a la tasación y subasta de obras de arte, en el idílico paisaje de la Roma monumental. Una joven se pone en contacto por teléfono con él, para que le inventaríe y tase el mobiliario, estatuas y pinturas de la casa que ha heredado de sus padres. A partir de ahí, el estrafalario experto en arte se verá inmerso en una trama de incierto final...
Ésta es una película en la que el crítico ha de andar con pies de plomo: los spoilers, en filmes como éste, deshacen parcialmente su encanto, y es conveniente ser muy cuidadoso para no revelar nada de lo que no debe ser contado. Así las cosas, hablaremos de la inquietante trama que nos va adentrando en un universo cerrado, en un nuevo paisaje interior para el protagonista, en inesperados recovecos de una historia que prende enseguida en el espectador, que no lo suelta, como ese libro intrigante que no queremos que se acabe, aunque se acaba.
Modélica en ambientación, filmada con personalidad pero sin subrayados, con ese corte clásico que se atribuye, no sin razón, a los grandes cineastas norteamericanos de los años cuarenta y cincuenta, con un guión que funciona con la precisión milimétrica de ese delicioso autómata vintage que progresivamente va reconstruyendo el joven amigo del protagonista, no es de extrañar que La mejor oferta haya sido un éxito considerable en su país, Italia: tiene todos los elementos necesarios para gustar, sin por ello caer en la entrega rendida a los gustos del espectador. Al contrario, el final no es precisamente el que el público medio está acostumbrado a recibir, y por ello precisamente tiene aún más valor, al ser capaz de transgredir los habituales finales para, con ello, ser más real, más humano, más sincero: el mundo, seguramente, se acerca mucho más a este tipo de resoluciones que a las otras que placen a las inmensas mayorías.
Habrá que detenerse, ineludiblemente, en el formidable trabajo de un inmenso Geoffrey Rush, un actor que brilló, y de qué modo, en Shine, por la que consiguió el Oscar, pero que después se oscureció en filmes que generalmente no le merecían, aunque en los últimos tiempos ha tenido la oportunidad de regalarnos dos personajes inolvidables, el zarrapastroso aunque tan humano logopeda de El discurso del rey y, en sus antípodas, este dandy, este pedante experto en arte que compone para La mejor oferta, misógino, escrupuloso hasta la náusea, tan temeroso de las mujeres de verdad que da en rodearse, en la intimidad de su más recóndito refugio, de un multitudinario gineceo en óleo, de un multiforme serrallo estático que le permite una relación platónica, sin mácula, sin roce, todo lo cual será puesto patas arriba cuando, entrando en una casona antigua y desvencijada, se adentre, sin saberlo, en el mundo real, que puede ser tan deseable, tan pérfido...
La mejor oferta -
by Enrique Colmena,
Jul 14, 2013
4 /
5 stars
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