Esta nueva adaptación de una novela de Stephen King, con toda seguridad el escritor contemporáneo más adaptado al cine y televisión, lleva la firma de George A. Romero, el prestigioso director del clásico La noche de los muertos vivientes y de la también muy interesante Atracción diabólica. Romero había trabajado antes sobre material kingiano en Creepshow, así que ya conocía el paño. Sin embargo, y con ser su trabajo pulcro y aseado, no consigue llegar a la altura de sus mejores filmes. La historia de King se prestaba a algunas lecturas no necesariamente tomadas en el guión del que es autor. El libretista sigue con excesivo apego el original literario, pudiéndose hablar claramente de una ilustración sin recreación.
La mitad oscura es una libérrima versión del mito de Jekyll & Hyde, en este caso identificado con Thad Beaumont, un escritor de best-sellers que se esconde bajo el seudónimo de George Stark para no manchar su reputación de profesor de literatura y novelista exquisito. Pero cuando se ve obligado a acabar con el seudónimo (su contrafigura, la parte perversa de su propio ser), éste tomará cuerpo parta reivindicar su existencia.
El personaje de George Stark, esa mitad oscura del escritor, es lo mejor de la novela, descrito como un amoral sin escrúpulos, un ser sediento de sangre, tal vez no tan lejano a algunos individuos que vemos deambular por los telediarios. Pero hay en la película un error de casting imperdonable, adjudicar el doble papel de Beaumont y, sobre todo, de Stark, a un actor con aspecto de extraordinaria bonhomía como Timothy Hutton, al que a pesar de haberse intentado dotar de un aspecto amenazador en su caracterización del seudónimo corporeizado, no consigue infundir terror alguno.
Cuánto más fácil hubiera sido intercambiar papeles entre Hutton y Michael Rooker, que hace de sherif del condado; recuérdese la escalofriante interpretación de Rooker como el psicópata sanguinario de Henry, retrato de un asesino, y se podrá imaginar qué Stark habría podido componer. Con todo, La mitad oscura sobresale sobre la tónica habitual de las adaptaciones kingianas, que habitualmente dejan bastante que desear; esto es lo más próximo a un elogio que se puede decir...
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