La noche de Halloween (1978), una modestísima película de serie B (por no decir Z...), que había costado la irrisoria cifra de 300.000 dólares de la época, pego el campanazo y recaudó en todo el mundo la bonita cifra de 70 millones de dólares, lo que, teniendo en cuenta la inflación acumulada desde entonces, a día de hoy podría suponer en torno a los 200 millones de dólares, así a ojo de buen cubero. Pero por encima de esa circunstancia taquillera, que también tuvieron otros films de terror de la época como Viernes 13 (1980), que bebía descaradamente de la película que comentamos, o Pesadilla en Elm Street (1984), lo importante en La noche de Halloween es su condición de pequeña maravilla de terror hecha con escasísimos medios, utilizando su director, John Carpenter, como mejor arma la creación de una atmósfera de terror telúrico, con una progresiva y potentísima tensión conseguida a base de recursos cinematográficos sencillos pero efectivos, todo ello con una música (original del propio Carpenter, excelente compositor) que se unía indisolublemente a la figura de aquel Michael Myers que, escapado de un psiquiátrico 15 años después de asesinar a su hermana, cuando el niño tenía solo 6 años, siembra de nuevo el terror en su localidad natal, precisamente en la noche de marras, la víspera de Todos los Santos, centrándose el film finalmente en el duelo entre el "psycho-killer" y una joven canguro, Laurie Strode, que, contra toda esperanza, conseguirá vencer al asesino demente, desde entonces confinado de por vida en un psiquiátrico de máxima seguridad.
De aquella modestísima película se hizo toda una serie de continuaciones, que nunca igualaron, ni siquiera se acercaron al original. Ahora, 40 años después, con la aquiescencia de Carpenter, que interviene en la banda sonora original y también actúa como productor, se ha rodado esta continuación, que se ambienta también 40 años después de los hechos que se sucedían en la primera película. Ahora la veinteañera es una mujer sesentona, que ha hecho de toda su vida una obsesión sobre los hechos acontecidos en aquel 1978, barruntando (con razón) que Michael Myers, más tarde o más temprano, escapará y ella tendrá que hacerle frente. Esa obsesión, que ha marcado su vida y la de su familia (su hija, su yerno, su nieta) se demuestra que no es una manía de vieja loca cuando Myers, efectivamente, escapa en un traslado de psiquiátrico. Entonces Laurie tendrá que afrontar el mayor reto de su vida...
Diremos pronto que la secuela de 2018 no llega, ni de lejos, a la calidad, a la rara capacidad aterrorizante de la primitiva película, pero que tampoco es una bosta de vaca. Tiene cierta capacidad para sugerir cosas tenebrosas, como en la escena inicial cuando dos periodistas (tirando a lelos, sí) provocan al asesino, en medio del patio del manicomio, mostrándole la máscara original que llevaba cuando perpetró sus crímenes cuatro décadas atrás. La creciente efervescencia que esa máscara y la tensión del matarife genera sobre el resto de chalados es un momento notable. Después habrá algunas esquirlas de interés, como algunos de los asesinatos dados en off, con benditas elipsis, aunque generalmente después los del departamento de maquillaje y asimilados no se ahorran el “detalle” de darnos una visualización con todos sus avíos de los recientes fiambres.
El ritmo es correcto, la tensión se consigue generalmente sin tener que recurrir a los manidos sustos, esa lacra del cine de terror actual, y en resumen, la secuela cuarentona, sin ser nada del otro mundo, al menos no insulta la inteligencia y nos deja la sensación de que, aunque quizá el resultado en manos de un John Carpenter ya de vuelta de todo podría haber sido mejor, lo que hay es lo que hay... En ese sentido, David Gordon Green, el director elegido, que también actúa como productor ejecutivo, empezó a hacer cine con algunos films como Superfumados (2008), que no presagiaban nada bueno. Sin embargo, el hombre mejoró ostensiblemente años más tarde con el sensible drama Joe (2013), seguramente la última buena película que haya hecho Nicolas Cage. Ahora, con esta continuación a tantos años vista del original se puede decir que ha cumplido con el objetivo de reflotar una saga que, ciertamente, es una de las fundamentales del cine de terror del último medio siglo. Las notables recaudaciones (cuando se escriben estas líneas, sin terminar, ni mucho menos, su trayectoria comercial, había ingresado en todo el mundo la bonita cifra de 172 millones de dólares), que han multiplicado por varias cifras los exiguos 10 millones de dólares de presupuesto, podrían augurar una nueva serie de secuelas, aunque ciertamente, desde el punto de vista artístico, parece que el filón ya está más que amortizado.
Jamie Lee Curtis se ha implicado absolutamente en la película, hasta el punto de actuar también como productora ejecutiva. Ella es la estrella, sin duda, y si en el primer film el duelo era muy desigual, entre el perverso veinteañero pleno de fuerza y lleno de maldad y la jovencita atolondrada de fuerza física muy inferior, ahora el duelo está mucho más equilibrado, porque la muchachita se ha convertido en una mujer madura, hecha, bragada, que ha imaginado mil y una veces el enfrentamiento a muerte que sabe terminará por llegar. Además de Curtis, que hace un buen trabajo, destacaríamos a Andi Matichak, que cubre el rol de la adolescente más bien gritona que en este tipo de films es un personaje imprescindible, y que (al margen de la exhibición de pulmones en esos grititos) nos parece puede tener un porvenir interesante.
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