Roger Corman es un nombre mítico del cine; en activo aún cuando se escriben estas líneas, nada menos que con 93 años, durante mucho tiempo decir Corman era hablar de cine barato, rodado rápidamente pero con grandes dosis de ingenio y originalidad. Su cine como director ni como productor nunca fue exquisito, pero bajo sus auspicios hizo cine medio Hollywood, y, lo que es mejor, buena parte de los directores que serían grandes en los años setenta, ochenta y décadas posteriores: Coppola, Scorsese, Bogdanovich, Cameron, Demme, entre otros.
Como director su mejor contribución al cine es sin duda el ciclo de películas basadas o inspiradas en relatos de Edgar Allan Poe, desde La caída de la Casa Usher (1960) hasta La máscara de la Muerte Roja (1964). Pero dentro de su cine barato y hecho con tres perras gordas también tiene su lugar esta deliciosa comedia negra, La pequeña tienda de los horrores, la historia de un joven, Seymour, que es un desastre vital (torpe, no muy despabilado, un auténtico manazas), que está a punto de ser despedido de la pequeña floristería del señor Mushnick por sus constantes despistes y patinazos, cuando ofrece a su jefe una planta que está cuidando en su casa y que es muy peculiar, a la que llama Audrey Jr., en referencia a la joven dependienta de la tienda, Audrey, de la que está secretamente enamorado. Mushnick le da esa última oportunidad; esa noche, mientras Seymour está solo en la tienda, se pincha en un dedo con una planta y accidentalmente llega sangre a la plantita, que da señales de que le gusta; aunque un poco horrorizado, el chico alimenta a la planta con su sangre y ésta, al día siguiente, está mucho más grande y hermosa...
Esta comedia sobre una planta carnívora que además habla es ciertamente una marcianada, pero una marcianada muy divertida, muy naíf, donde los personajes son muy simples, también muy excéntricos, como el cliente que se alimenta de rosas y similares, o la vieja que va todos los días a encargar flores para otro pariente fallecido. La fauna humana se completa con un dueño de la tienda que es un auténtico avaro, un tipo deseoso de vender flores a toda costa para hacer dinero, y también un veleta que, cuando su dependiente parece tener la gallina de los huevos de oro con la planta de marras, torna en un “padre” para el muchacho.
Evidentemente tosca en las formas, con suma frecuencia utilizando una estética y un formato cuasi teatralizante, con cuarta pared incluida, La pequeña tienda de los horrores no es, en puridad, una buena película, pero sí un film muy simpático que te gana por su falta de pretensiones, por su humor sutilmente negro, por sus personajes un poco de brocha gorda pero a los que no se le puede, ni se le debe, pedir más, porque ello forma parte precisamente de su encanto.
El reparto está plagado de actores poco conocidos, que sin embargo, a raíz de este film conocieron cierta celebridad. El que sí sería con el tiempo una estrella de Hollywood es Jack Nicholson, aquí con una pequeña escena, el paciente masoquista del dentista, que ciertamente borda y resulta descacharrante.
Varias décadas más tarde se hizo un remake, titulado La tienda de los horrores (1986), con dirección de Frank Oz, que también fue bastante divertida, aunque careciera ya del tono ingenuo de esta primera, barata y afortunada película.
(17-10-2019)
72'