Richard Quine (1920-1989) tuvo una larga trayectoria como director (también se desempeñó como actor, guionista, productor y hasta compositor) en el Hollywood clásico. Su carrera como cineasta abarca 31 años, desde 1948 hasta 1979, si bien su mejor época fue, sin duda, el decenio que va desde 1955 a 1965, años en los que rodó una serie de notables películas que tuvieron gran repercusión y hoy día se mantienen muy bien, films como Me enamoré de una bruja (1958), Un extraño en mi vida (1960), El mundo de Suzie Wong (1961) y Cómo matar a la propia esposa (1965). Después su estrella se fue apagando entre varios títulos que fracasaron en taquilla, lo que le hizo refugiarse en la televisión (hasta dirigió algunos episodios de Columbo…), pero nunca más volvió a recuperar el favor del público. Diez años después de su última película como director, la paródica y fallida El estrafalario prisionero de Zenda (1979), Quine, aquejado de una fuerte depresión por su falta de trabajo, se suicidó pegándose un tiro.
La pícara soltera pertenece también a esa etapa dorada de Quine, entre 1955 y 1965, tiempo en el que el cineasta de Detroit desarrolló una muy peculiar forma de comedia, con una personal manera de entender el “screwball”, con personajes y situaciones controvertidos, con frecuentes toques absurdos y surrealistas, una comedia que movía más a la sonrisa inteligente que a la más elemental y básica carcajada. Por cierto que el título español hizo una curiosa fusión del original: como lo de Sex and the single girl, que en español seria algo así como “El sexo y la chica soltera”, no debió ser del agrado de los censores (¡qué dirían aquellos mamelucos ante cualquier peli actual…!), se optó por uno que, ciertamente, tenía cierto morbo soterrado, al titularlo La pícara soltera.
La película, que se inicia con unos graciosos títulos de crédito a base de dibujos animados (producidos por David H. DePatie y Friz Freleng, los creadores del personaje de la Pantera Rosa), se ambienta en su momento histórico, en el primer lustro de los años sesenta, en Los Ángeles (las escenas de estudio también se rodaron allí, en estudios de Hollywood). Conocemos a Bob Weston, el reportero estrella de una popular revista del corazón, llamada Stop, en cuyo consejo de administración vemos cómo los probos jerarcas del magazine están muy ufanos de hacer periodismo basura, en lo que se han convertido tras no pocos ímprobos esfuerzos… Conocemos también a la doctora Helen Brown, una brillante psicóloga que ha escrito un libro, “Sex and the single girl”, en el que reivindica que las jóvenes no deben avergonzarse de su soltería. Helen ya ha sido objeto con anterioridad de uno de los hirientes artículos de la revista de Weston, al que le encargan que le haga un nuevo reportaje sobre este libro; creyendo, con lógica, que la doctora no le atenderá si sabe para quien escribe, Weston se hace pasar por un hombre con problemas relacionales con su esposa (que no tiene), con lo que consigue que la joven lo atienda profesionalmente como psicóloga, sin sospechar las verdaderas intenciones del periodista; para ello, Weston utiliza como tapadera a un amigo suyo, Frank, fabricante de medias de seda, en permanente conflicto con su mujer, celosa de que su marido siempre esté mirando (por motivos profesionales, según él…) las piernas de las mujeres…
El guion toma como elemento de partida curiosamente un libro efectivamente titulado Sex and the single girl, original de Helen Gurley Brown (véase que es el mismo nombre de la protagonista de la peli…), a la sazón editora jefe de la revista Cosmopolitan durante 32 años, un libro en la línea del que se supone escribe el personaje de la prota, un texto que hoy denominaríamos “de autoayuda”, para jóvenes célibes. El film, con un guion pleno de inventiva y una puesta en escena ágil y resolutiva de un Quine en su mejor momento, tiene cosas tan curiosas como una acre denuncia (en plan sarcasmo) de las revistas amarillistas que ya entonces asolaban el mundo, revistas que en boca de los prebostes de la misma son mejores cuanto peores, y de las que están tanto más orgullosos cuanto más basura arrojan sobre la sociedad. Una revista cuyos detestables jerarcas (aunque estén muy contentos de haberse conocido…) llegarán a decir, parafraseando a William Randolph Hearst (al que se le atribuye la cínica afirmación), aquello de “que la realidad no te estropee un buen articulo”.
Hay también otras cosas muy curiosas para la época, como hablar de la virginidad femenina (y no en plan especialmente pacato…) o incluso, de forma sutil y un tanto críptica, de disfunción eréctil, nada menos (¡recordemos que estamos en 1964!), lo que hará que la censura española de la época cortara una escena más bien subida de tono (bueno, para aquel tiempo…), que afortunadamente se ha recuperado posteriormente.
Con algunos números musicales, aunque estos tienen un carácter subsidiario, la comedia resulta ser una muy curiosa mezcla de comedia “slapstick” (humor físico, aunque aquí ya muy estilizado) y “screwball” (humor absurdo), terminando por convertirse también en una comedia de enredo, en una triple mixtura que podría parecer tumultuaria pero que aquí resulta afortunada y verosímil. Resulta también interesante que la comedia se mantenga casi constantemente girando en torno al tema picante, siempre de forma sutil pero obviamente transgresora.
Habrá también lugar para chistes cinéfilos, en los que alguno de los protagonistas estará directamente concernido, como la escena en la que Tony Curtis, que se ha tenido que poner una bata femenina, dice “me parezco a Jack Lemmon en aquella película” (lógicamente se refiere a Con faldas y a lo loco, donde Curtis hacia pareja artística con él y ambos se travestían)
Con una muy divertida escena final de persecución en coches de los personajes principales, que recuerda poderosamente la de Aquellos chalados en sus locos cacharros (solo que esa peli es del año siguiente, 1965…), la película se beneficia de la buena química entre Natalie Wood y Tony Curtis; y es que Wood, en concreto, está muy sexy, casi sin proponérselo (o eso parece…), confirmando que era una actriz especialmente dotada para la comedia con cierto tono picante.
En el film su personaje es realmente una adelantada a su tiempo, una mujer que no suspira por un marido, una mujer que quiere tener una carrera profesional y una vida propia, no necesariamente uncida al varón de turno; aunque, por supuesto, como cabía esperar, el tema está tratado con cierta sorna, por no decir cachondeo… De todas formas, el propio enunciado de una mujer que no necesita un marido era prácticamente revolucionario incluso en los muy avanzados y civilizados Estados Unidos de los primeros años sesenta del pasado siglo XX.
Buen trabajo, como queda dicho, de Wood, pero también de Tony Curtis, al que este tipo de papeles le iba como anillo al dedo. En personajes secundarios pero relevantes están dos monstruos sagrados del Hollywood clásico, Henry Fonda y Lauren Bacall, por supuesto magníficos en sus personajes.
(20-04-2025)
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