Esta película está disponible en el catálogo de Netflix, Plataforma de Vídeo Bajo Demanda (VoD).
Alfonso Cuarón es uno de los tres grandes directores mexicanos de nuestro tiempo, junto a Alejandro González Iñárritu y Guillermo del Toro. Cuando se escriben estas líneas, al final de la segunda década del siglo XXI, tiene en su haber ya nada menos que 4 Oscars, por tareas tan diferentes (o quizá no tanto...) como dirección (dos), dirección de fotografía y montaje. Quiere decirse que Cuarón es, hoy por hoy, un peso pesado en Hollywood, a pesar de su origen hispano, que ya sabemos que no es precisamente del agrado de la Administración Trump.
Aunque en sus inicios dirigió algunos productos poco exquisitos, como algunos episodios de la serie de terror Hora marcada, su primer largometraje, Solo con tu pareja (1991), que utilizaba claves de comedia negra para hablar del entonces letal sida, tuvo notable repercusión y llamó la atención de Hollywood, que le encargó el rodaje de esta La princesita, adaptación al cine del clásico infantil de Frances Hodgson Burnett (autora, entre otros muchos libros de similar corte, de El pequeño Lord y El jardín secreto), que ya había sido llevado al cine y la televisión en varias ocasiones, aunque se puede decir sin mentir a la verdad que la versión de Cuarón se considera la canónica, la que mejor recoge el espíritu de su autora.
La historia comienza con tono de cuento (aún más de cuento, queremos decir, porque en puridad el film es, fundamentalmente, un cuento...) en la India, poco antes de comenzar la Primera Guerra Mundial. En ese contexto viven idílicamente Sara, una niña como de 8 años, y su padre viudo, el capitán Crewe. Cuando el progenitor es llamado a filas para participar en la Primera Guerra Mundial, la niña es trasladada a Nueva York, donde queda interna en un exquisito colegio de señoritas que rige con mano de hierro la señorita Minchin, con la que Sara tendrá más de un encontronazo. Cuando el capitán es dado como desaparecido en el frente, la situación de la niña cambiará radicalmente...
El mayor mérito de Cuarón y su equipo al llevar a la pantalla esta novela es dar con el tono, el de un cuento de hadas dentro de un cuento de hadas, un tono feérico en el que sabemos que todo es fantasía, que todo finalmente terminará bien (siendo felices y comiendo perdices, claro...), pero dado todo ello con ternura, con emoción, con empatía con la protagonista y sus amigas, identificándonos y haciéndonos eco de sus dificultades de adaptación a la estricta disciplina inglesa que imparte la antagonista, pero también su tragedia al recibir la noticia de la pérdida del padre y la subsiguiente caída en picado en la escala social, de señorita distinguida (pero en absoluto creída) a fámula “por caridad” de la escuela; junto con Sara, disfrutaremos haciendo putaditas a la adusta maestra que se revela, además de como una alumna aventajada de la señorita Rottenmeier de Heidi, como una verdadera arpía, carente de sentimientos positivos pero ahíta de odio y rencor.
Así las cosas, la película te gana por el agradable tono con el que se nos cuenta la historia, a pesar de las (supuestas) tragedias, que sentimos pero sospechamos lo serán menos, por la idílica relación entre padre e hija, pero también entre la niña y su amiga de raza negra, en un guiño antirracista y social no desdeñable. Llena de pequeños buenos detalles, la película aporta temas que son muy modernos, como una mirada distinta a la masculinidad, lejos de la belicosa bravura que habitualmente se atribuye a los militares, mucho más cercana al amor a la hija, a la generosidad, al humanismo.
En puridad un cuento de cuentos, en el que la protagonista, a su vez una fabuladora nata, utilizará esa capacidad creativa para alegrar la tediosa existencia de sus compañeras y, al caer en desgracia, para crear un mundo de fantasía en el que refugiarse ella y su amiga del alma y de sino, el film juega también con los paralelismos entre la historia que se nos narra como línea argumental central y los cuentos que Sara desgrana a sus compañeras, haciendo interesantes intersecciones, como ese “círculo mágico” en el que, como la protagonista de su cuento, se encierra la niña para quedar protegida del entorno malhadado al que la vida la ha arrojado.
Llena de buenos detalles (ese globo negro premonitorio de la tragedia anunciada de la desaparición, quizá la muerte, del padre; el caballo exhausto en la trinchera en el frente como símbolo de la desesperada situación del capitán), la película tiene un evidente tono dickensiano, como si el célebre autor de Oliver Twist hubiera escrito este cuento cruel aunque finalmente feliz, en una historia victoriana, o mejor, eduardiana, que es, en puridad, un elogio de la rebeldía motivada, pero también un canto a la fantasía como forma de afrontar los problemas; parece obvio que hay también algunas influencias del cuento de La Cenicienta de Perrault y los hermanos Grimm, y por supuesto del canon cinematográfico fijado por Disney.
Con una correcta ambientación del Nueva York de 1914, en la que no se obvia, e incluso se potencia cierto acartonamiento para propiciar el tono irreal de cuento de hadas, el film de Cuarón cuenta con una vistosa fotografía de su compadre Emmanuel Lubezki, que se ajusta muy bien a ese tono fantástico de la historia. En el reparto destaca el encanto de la pequeña protagonista, Liesel Matthews, ella misma una riquísima heredera, lo que hizo que se retirara pronto de la profesión y se dedicara a los negocios. Del resto nos quedamos con Liam Cunningham, quien andando el tiempo, con dos décadas más encima y bastante más avejentado, sería el célebre Caballero de la Cebolla, ser Davos Seaworth, en Juego de Tronos.
(22-06-2020)
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