Pelicula:

Las más de siete décadas que duró el régimen soviético nacido de la Revolución Bolchevique de 1917, y los más de cuatro decenios que aguantó el dominio comunista sobre buena parte de Europa Central, desde los años posteriores al final de la Segunda Guerra Mundial hasta la Caída del Muro de Berlín, es sin duda un feracísimo venero de historias que contar; por supuesto, mientras se mantuvieron los regímenes dictatoriales en esos países, la posibilidad de contar esas historias de disensión y crítica era poco menos que imposible; solo algunos cineastas de la época osaron, con tibieza, contar crónicas de hechos que no se correspondían abrumadoramente con el tono laudatorio que el estalinismo exigía: casos como el polaco Wajda con El hombre de mármol o el ruso Elem Klimov con Masacre (Ven y mira) fueron infrecuentes, por obvias razones; rodar contra el régimen suponía la mejor forma de obtener, gratis total, un pasaje de ida, sin vuelta, al gulag más lejano, allá donde los osos polares necesitan abrigo...

Ahora que es posible, el cine de esos países hace bien en tirar de estas historias, con frecuencia inicuas, para que se sepa hasta qué punto toda ideología que carece de contrapesos se convierte en una aberración. El cine actual está cortito de historias, y aquí hay décadas de barbarie que merecen ser contadas. Sobre un suceso realmente acontecido en una localidad de la antigua República Democrática Alemana (la comunista, para entendernos), Storchow, aunque a efectos de verosimilitud, por razones de localización, se ha rodado en Stalinstadt, se nos cuenta una historia que pudo empezar como una chiquillada y terminó como el rosario de la aurora.


En 1956, dos adolescentes próximos a graduarse en su escuela viajan a Berlín Occidental (aún faltaban cinco años para que se erigiese el ominoso Muro...); en un cine al que acuden a ver pelis con exhibición de epidermis femenina contemplan un noticiario sobre la Revolución húngara que tuvo lugar aquel año durante el otoño, cuando el pueblo magiar se alzó para intentar desembarazarse de la tutela del Politburó soviético. En el noticiario se cuentan las represalias de las fuerzas comunistas, con cientos de muertes, entre ellos, supuestamente, el capitán de la selección nacional de fútbol, Ferenc Puskás (hecho incierto, afortunadamente; posteriormente el que sería conocido con el apodo de Cañoncito Pum se exilió en España, donde hizo fortuna en el Real Madrid, como es sabido). Los jóvenes cuentan lo visto en su clase, ya en la RDA, y deciden por mayoría guardar un minuto de silencio en solidaridad con los muertos de la revolución húngara. El profesor afectado monta en cólera, informa a su superior, y la espiral se dispara...

Tiene La revolución silenciosa un comienzo que hace temer lo peor: parece una acartonada adaptación, pulcra pero sin mucho corazón, de hechos reales aunque lógicamente adornados para que puedan tener más interés; pero ese interés, en el primer tramo de la historia, es bastante relativo, como si no se supiera exactamente cuál era el tono adecuado. Menos mal que el director y guionista, Lars Kraume, consigue enderezar el rumbo, y la historia, con buen criterio, se adentra por los senderos que más pueden interesar al espectador: la interrelación entre los protagonistas, fundamentalmente tres chicos y una chica, pero también los problemas familiares que todos ellos tienen y que pesarán de forma abrumadora en la manera en la que tengan que afrontar la creciente violencia institucional que el régimen desplegará para intentar sofocar lo que cree un motín contra sus políticas, incluso contra el propio sistema comunista que gobernaba entonces media Europa.

Ahí mejora a ojos vistas el film, con los dramáticos enfrentamientos a los que se verán abocados los protagonistas, entre ellos, pero también con sus familias y con las autoridades, hasta desembocar en una solución inevitablemente traumática, pero que finalmente se demostrará como la menos mala de todas. La película, basada en el libro Das schweigende Klassenzimmer: eine wahre Geschichte über Mut, Zusammenhalt und den Kalten Krieg, obra autobiográfica de Dietrich Garstka, uno de aquellos insurgentes con acné, tiene también su parte que recuerda posicionamientos colectivos a la manera de la Fuenteovejuna lopiana, lo que nos ha permitido gastar la broma del titulillo de esta crítica.

La película es interesante, sin ser extraordinaria. Entre sus virtudes está la de denunciar (y cuantas veces se haga, pocas serán) hasta qué punto un régimen político, sea cual sea, pero si carece de control efectivo aún más, puede usar del chantaje, la coacción, la extorsión, la pura violencia física, para mantenerse en el poder, aplastando sin piedad cualesquiera disidencia, aunque esta viniera de una chiquillada de un grupo de arrapiezos que quisieron mostrar de forma críptica su disconformidad con la forma en la que sus gobernantes reprimieron a sus hermanos de otro país, y cómo su gobierno se tomó como conspiración (y la trató como tal) lo que no era, en el fondo, más que una tonta, ingenua, idealista forma de llamar la atención, que como se sabe es uno de los hobbies favoritos a esa edad.

Buen trabajo en general de los jóvenes intérpretes, bastante mejor que los adultos, que resultan quizá demasiado dramáticos, demasiado tensos, poco naturales.



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111'

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La revolución silenciosa - by , Jul 27, 2018
2 / 5 stars
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