De la serie Cuentos morales que Eric Rohmer desarrolló en los años sesenta y principios de los setenta, para nuestro gusto el más hermoso, también el más etéreo, es este La rodilla de Claire, en la que el maestro francés juega con algo tan evanescente como el deseo de un intelectual por acariciar, simplemente acariciar, la rodilla perfecta de una adolescente.
No es, contra lo que pudiera suponerse, un filme sobre el erotismo: ese deseo se abre y se cierra sobre sí mismo, empieza y termina en el mismo acto, y no tiene consecuencias excitantes. Es, de alguna forma, una parábola sobre el deseo del ser humano de asir lo inaprensible, de llegar a poseer la perfección aunque sea sólo un instante.
Bellísima y sutil como casi todo Rohmer, la cinta es la quintaesencia de la compleja sencillez de este cineasta imprescindible.
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