Delmer Daves fue un cineasta que alcanzó sus mejores cimas dentro del género del Oeste, el clásico western, en el que hizo films tan interesantes como Flecha rota (1950), La ley del Talión (1956) y, sobre todas, su obra maestra, la sobria e impecable El tren de las 3:10 (1957), que tuvo 50 años más tarde un remake, evidentemente inferior, con igual título, El tren de las 3:10 (2007), de la mano de James Mangold.
Pero Daves, como casi todos los buenos profesionales del cine norteamericano de la época clásica (la mejor del cine USA y de todos los cines, la de los años treinta, cuarenta y cincuenta), se movía bien en cualquier otro género, como el thriller, que en aquella época se vestía generalmente con los vistosos ropajes temáticos del cine negro o “film noir”. Esta La senda tenebrosa es un buen ejemplo de ello.
San Francisco, en los años cuarenta. Un preso se ha escapado de la mítica penitenciaría de San Quintín. El fugado resulta ser Vincent Parry, que cumplía condena por un delito que no cometió. Al escaparse, Parry pretende investigar quién fue en realidad la persona que mató a su mujer, por cuyo asesinato le condenaron. En su escapada encuentra a un hombre que pronto sospecha, por lo que Parry tendrá que dejarlo inconsciente. Pero, inopinadamente, una joven, Irene, aparece en coche en la autopista para rescatarlo...
Lo mejor de La senda tenebrosa es, por supuesto, la rara atmósfera creada, en una película cuasi onírica, donde los personajes deambulan como en una realidad paralela, como si no vivieran en San Francisco sino en “otro” San Francisco. También es de mérito la utilización durante buena parte del metraje, un tercio aproximadamente, de la técnica de la “cámara subjetiva”, ofreciéndosenos la historia desde la perspectiva del protagonista, a la manera en la que lo había hecho el actor Robert Montgomery en su debut en la realización en La dama del lago (1946). Algunas imágenes impactantes, como la de la cabeza de Bogart totalmente vendada, salvo ojos y boca, recordando la iconografía establecida popularmente para el mito del Hombre Invisible (que es a lo que aspira, figuradamente, el personaje principal, no ser reconocido por su famoso rostro), también son muy de apreciar. Lo peor, sin embargo, está en la trama argumental, bastante pillada por los pelos, tal vez como consecuencia de un material literario, la novela Dark passage, que era excesivamente abstrusa y farragosa, por lo que los personajes se ven obligados a dar demasiadas explicaciones, sin que la trama por sí sola sea capaz de darlas. Como curiosidad, Goodis demandó en los años sesenta a United Artists-TV al entender que la historia de la famosa serie televisiva El fugitivo estaba tomada de su novela.
Con todo, la fascinante atmósfera, los buenos diálogos, la percutante puesta en escena de Daves, y la presencia siempre sugestiva de Bogart y Bacall, ya entonces marido y mujer tras haberse conocido en el rodaje de Tener y no tener, son elementos más que suficientes para apreciar esta película extraña y sin duda irregular, pero también muy estimulante. Entre los secundarios, la gran Agnes Moorehead, actriz de notable talento que trabajó para Orson Welles, primero en el mítico Mercury Theatre y después, ya en cine, en películas como Ciudadano Kane y El cuarto mandamiento.
(01-10-2019)
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