El competente cineasta Delmer Daves, autor de estimables filmes tales como Flecha rota, La ley del talión o El árbol del ahorcado, es también el realizador de esta prestigiosa película, El tren de las 3:10, con toda seguridad su obra maestra y uno de los mejores films que se rodaron en su época (y eso es mucho decir: los cincuenta, junto a los cuarenta, fueron las mejores décadas de género), un "western" que juega con los conceptos de valor y miedo, por un lado, y con el del tiempo cronológico, por otro, pero también con interesantísimas irisaciones sobre la tentación, el honor, hacer lo correcto a pesar de todo, sin dejar de lado la tan humana duda ante la posibilidad de mejorar en la vida por la vía rápida, aunque ello conlleve mancharse para siempre.
Un hombre del pueblo, Evans, un pequeño ganadero, uno más de entre la gente gris del lugar, con mujer y dos hijos preadolescentes, se verá compelido a la caza y captura del más famoso pistolero del lugar, Wade, con un límite de tiempo, y a llevarlo hasta Yuma, la ciudad de referencia de Arizona, para ser juzgado por sus crímenes...
Hay evidentes referencias a otros films, como por ejemplo la mítica Solo ante el peligro (1952), de Fred Zinnemann, de la que toma la desoladora soledad del protagonista ante la llegada de los facinerosos que pueden acabar con su vida, y Raíces profundas (1953), de George Stevens, de la que toma la mitificación por parte de los niños de la figura de un adulto; pero también es evidente la influencia de esta El tren de las 3:10 en otro posterior y también formidable western de la misma década, El último tren de Gun Hill (1959), de John Sturges, con Kirk Douglas y Anthony Quinn, en una situación no muy alejada de la aquí planteada. En el siglo XXI, concretamente en 2007, se hizo un remake de la película, con igual título, bajo la dirección de James Mangold y con Russell Crowe y Christian Bale en los papeles principales, interesante pero a todas luces inferior a su original.
Los dos antagonistas son Glenn Ford, hombre de pocos matices pero que comunica muy bien, aquí en uno de los escasos personajes de villano que hizo en su carrera, que él sabe trufar de sutileza, un malo al que le gustaría tener una vida normal, con mujer e hijos, y el generalmente aún menos dúctil Van Heflin (presente precisamente en la mentada Raíces profundas), a pesar de lo cual ambos están realmente estupendos bajo las órdenes de Delmer Daves, un cineasta al que alguna vez habrá que reivindicar como se merece. Felicia Farr aporta el tono sensual, la mujer a la que el villano ama, o quizá simplemente desea y se desfoga con ella, en un personaje al límite de lo que en su época se permitía exponer en una pantalla.
92'