Afortunadamente, poco a poco, parece que ya vamos superando ese cierto papanatismo (impuesto, como tantos otros, desde ámbitos anglosajones) de sentir un respeto casi reverencial por el mundo del cómic y sobre todo por las películas que nos llegan inspiradas en el “famoso héroe del cómic”, cuando a veces esa fama apenas había rozado nuestras latitudes mediterráneas.
Y es que tras los casos justificados de personajes sí popularizados como un Superman o un Flash Gordon, hemos soportado en los últimos años cintas que retomaban para la pantalla las aventuras de cualquier personajillo editado en un periódico yanqui allá por los años treinta y cuarenta, y al que enseguida cualquier intelectual europeo dedicaba su tesis doctoral.
Algo de todo este sarampión queda aún en casos como el de La sombra, El cuervo o La máscara, por citar tres títulos de actualidad, en los que de nuevo son los cómics, las novelas de kiosko o los viejos seriales radiofónicos quienes han servido de soporte para que luego lleguen a las pantallas cinematográficas las aventuras de estos héroes.
El protagonista de La sombra se llama Lamont Cranston y según se nos dice en un chinesco prólogo ambientado en el Tibet, es un malvado criminal afortunadamente redimido por la intervención de un místico oriental que, tras siete años de expiación y purgatorio, lo envía a Nueva York, a hacer el bien y perseguir malhechores.
Perdido pues todo sentido de la lógica y el raciocinio desde sus propios planteamientos argumentales, La sombra hay que tomarla como una pueril, vistosa y a ratos entretenida película de aventuras, donde podemos encontrar toda clase de imprevistos: la chica rubia con traje de lamé tiene poderes telepáticos, su papá es un científico que fabrica artesanalmente bombas atómicas en plenos años treinta, hay un hotel gigantesco en el centro de Nueva York que nadie ve porque todos los ciudadanos están hipnotizados a tal fin, el malo (buen trabajo de John Lone) y sus secuaces se pasean por la Quinta Avenida vestidos a lo Gengis Khan sin que nadie se asombre…
Una demencial peripecia, en definitiva, que hasta puede caer simpática a pesar de errores de bulto, como poner al inepto Alec Badwin intentando vanamente dar empaque y bizarría a su personaje, o que el director Russell Mulcahy (responsable de la saga de Los inmortales) parezca renunciar desde un principio a todo intento de originalidad o de poner algo de personalidad a su trabajo… por no hablar de la machacona y repetitiva música de un gran maestro como Jerry Goldsmith, que parece haber escrito en horas bajas…
Tributaria del Dick Tracy de Warren Beatty (en la concepción visual de algunas secuencias), del Batman de Tim Burton (el aire sombrío de la gran ciudad, la misma banda sonora), esta La sombra se queda en un mero ejercicio aparencial, en un conjunto de sombras chinescas que sólo aporta algo de habilidad y divertimento en casi dos horas.
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